José María Marco

El modelo cubano

El restablecimiento de las relaciones entre Washington y La Habana, escenificado estos días en la Cumbre de las Américas, acaba con una política que no había dado los resultados esperados. También han cambiado las circunstancias políticas en Estados Unidos, en particular entre los exiliados cubanos, a los que ya no une una actitud tan claramente anticastrista como antes. Era tiempo de cambiar. A partir de ahora, tendremos ocasión de comprobar si la nueva política da mejores resultados.

Más allá de la siempre deseable mejora de las condiciones de vida de los cubanos, hay un punto particularmente sensible. Se trata de la democratización del país, sobre la que pesan serias dudas. Las justifica el tratamiento que han recibido los disidentes en la misma cumbre, bien relatada en estas páginas por la hija de Oswaldo Payá y Rafael Rubio. En la isla no hay el menor signo de apertura ni de inicio de un diálogo para establecer un régimen democrático y respetuoso con los derechos humanos. Según la Universidad de Miami, de las 168 detenciones políticas ocurridas en enero de este año, el régimen ha pasado a 492 en febrero y 610 en marzo. Los Castro, pacientes y tenaces como son, imponen su vía al capitalismo, que no parece pasar por la democracia liberal.

Esto plantea el otro gran problema, y es que Cuba viene siendo, desde hace cincuenta años, un ejemplo para Latinoamérica: para buena parte de la opinión pública y para la mayoría de los gobiernos. Ni la brutalidad del comunismo castrista, ni los crímenes, ni la represión, ni el fracaso del socialismo han variado la situación. Cuba, la Cuba de los Castro, es el faro de una identidad latinoamericana construida –desde el 98, común en esto a todo el universo hispano– contra el vecino del norte y contra lo que este representa. Más allá de la satisfacción evidente de los Castro, la normalización de las relaciones entre Cuba y EE UU significa una victoria de la heroica resistencia del pueblo latinoamericano en su conjunto. Cierto que esa normalización abre nuevas oportunidades a la diplomacia norteamericana, que la situación cubana bloqueaba. Ahora bien, el fondo simbólico del asunto tiene un significado inequívoco, que no puede dejar de aparecer como un respaldo a las peores pulsiones políticas. A partir de ahora, serán necesarias todas las precauciones expresadas por Obama en estas mismas páginas. No estaría de más que la opinión pública española tomara conciencia de lo que la estabilidad de nuestro país representa ante Latinoamérica.