César Vidal

El nada sorprendente cierre del Comercial

La Razón
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Hace poco más de una semana se anunció la clausura del Café Comercial, uno de los establecimientos emblemáticos de Madrid. Como siempre en estos casos, comenzó el coro de lloros y lamentos de ciudadanos que, al parecer, no entienden que suceda este tipo de acontecimientos. Por supuesto, acto seguido, vinieron las quejas contra los políticos que lo han permitido y las preguntas acerca del destino de los trabajadores. No conozco a los propietarios del Café Comercial, pero lo que me sorprende no es que cierre sino que haya permanecido abierto tanto tiempo. Durante años, los dueños del café –como millones en toda España– han tenido que sufrir una subida constante de los impuestos municipales. De esa lamentabilísima circunstancia, no los ha librado – tampoco hay por qué– regentar un establecimiento de abolengo. Tampoco les sirvió de nada a la hora de pagar unos seguros sociales que casi equivalen a los salarios de los trabajadores, salarios, por cierto, que han sufrido también incrementos que no estaban relacionados con la mayor o menor productividad del lugar. A los distintos ministerios les ha importado durante décadas sólo recaudar y quedar bien con ciertos votantes y es dudoso que alguna vez hayan pensado en las gentes que mantienen abiertos estos negocios. Pero no se trata sólo de las haciendas diversas o de los gastos vinculados a mantener un puesto de trabajo. Pasemos a los ciudadanos de a pie. Se podrá hablar mucho de la gente de la pluma y del celuloide que pasaba por el Comercial. La había, pero, al parecer, a nadie se le ocurrió crear, por ejemplo, una asociación de amigos del lugar que pudiera evitar en algún momento del futuro la clausura. Ese tipo de iniciativas quedan reservadas para gentes extrañas como los anglosajones. Y mientras los impuestos suben y los costes denominados sociales aumentan y los clientes no van más allá de pagar las consumiciones –¿por qué deberían hacerlo?– transcurren los años y cualquiera que se ha pasado toda la vida trabajando sin horario fijo y a las órdenes del negocio, desea descansar disfrutando de los ahorros si es que la Agencia tributaria le ha dejado alguno. Seguir trabajando hasta la muerte resulta poco atractivo y los empleados no son muy inclinados en España a formar una cooperativa que adquiera un negocio ya existente convirtiéndose en empresarios. La única salida es intentar vender y, en un caso como el del Comercial, hacerlo en secreto para impedir la presión mediática. ¿De verdad, sorprende?