Pedro Narváez

El náufrago Mas

El presidente de la Generalitat se parece a aquel payaso de Micolor que desteñía por los lavados. En cada nueva aparición, Mas se muestra desdibujado, como si durmiera con una goma de borrar que por la mañana le distorsiona el rostro. Lo que era un cuadro es ya un boceto. Quiere ser protagonista pero sólo alcanza al rencoroso papel del actor secundario que sabe que por mucho que se atuse el pelo no puede disimular los que ha perdido melancólicos en la almohada. En la inauguración del AVE, Mas confesó su afición por la natación ocasional, un par de largos a la semana y unos minutos en los que el cuerpo no siente el peso de la derrota. Este Michael Phelps de la plaza de Sant Jaume se acerca en realidad a la isla del tesoro como lo haría un perrito, moviendo las patas delanteras y con la lengua fuera. Para cuando alcance la orilla, los piratas con los que intenta el abordaje de Cataluña lo terminarán de confundir en la niebla hasta que su nombre se disipe en el Mediterráneo, de Algeciras a Estambul, adonde no puede llegar el AVE por más millones que desembolse Fomento. Ahora prepara apariciones estelares en Zarzuela y en Moncloa, y quiere aprovechar el cameo para publicitar su mercancía podrida, como una Esther Williams con un Vincent Price dentro, al estilo de Anna Tarrés. Pero en el rompeolas de Madrid las piscinas están vacías y la niebla es en estos días tan espesa que será fácil confundirlo con un fantasma en traje de baño. Cuando puso el telón negro delante del retrato del Rey ya intuía su mortaja y ahora intenta resucitar llamando a Cataluña «sujeto político y jurídico soberano», estructura de Estado, verborrea que se ahoga en su propia sintaxis y que, más allá del burdel de La Junquera, no significa nada porque no entienden el lenguaje de la autodeterminación de los pueblos ni de las prostitutas. Ya dice por favor sálvame, pero ni el salvavidas de Junqueras le ahorrará el naufragio.