Alfonso Ussía
El okapi
El okapi es un mamífero artiodáctilo rumiante. Cabe destacar de este comienzo que he consultado con los libros para principiar de manera tan contundente el presente artículo. Pero la principal característica del okapi no es otra que su desapego familiar. Se trata de un jiráfido. Es primo hermano de la jirafa y de la cebra, simultáneamente. En el Congo es donde se encuentran más ejemplares de este bellísimo y desdichado rumiante, tan desarraigado familiarmente. De ahí su timidez y su mansedumbre. Vive en las florestas abiertas, y gusta de salir a los claros en busca de tallos jugosos. No como el bongo y el sitatunga, que no abandonan la espesura verde ni a cañonazos. Reconozco que me está gustando el desarrollo de mi texto.
El okapi se adapta perfectamente a una definición castiza. Que no es chicha ni limona. No es chicha porque siendo jiráfido, en nada se asemeja a las arrogantes jirafas. Y no es limoná porque sólo tiene de cebra los cuartos traseros. En la primera mitad del siglo XX se consideraba una exótica especie cinegética, y al fin, por su reducido número de supervivientes y la amable bondad de su carácter se ha llegado a la conclusión de que cazar un okapi es lo más parecido a un asesinato silvestre. Todo el mundo quiere a los okapis, como a los koalas, como a los delfines, que son los tres mamíferos preferidos por los niños. Y les prometo que otro día escribiré de los koalas y de los delfines, pero hoy el centro de mi atención, que deseo vivamente compartir con mis lectores, es el okapi. Y si tengo humor para seguir con la serie, asimismo me ocuparé del oso panda y del pingüino, también muy en lo alto de la clasificación de animales entrañablemente queridos.
El okapi, que a primer golpe de vista parece tener de todo, en el fondo, es un rumiante vacío y bastante aburrido, carente por completo de ambición. Si en la selva se celebraran elecciones, todos sus habitantes votarían al okapi en la primera votación. Y posteriormente, todos quedarían hondamente decepcionados de la escasa seguridad en sí mismo del okapi, y por ende, de su muy limitada capacidad para la acción directiva y gubernativa. A un okapi se le puede pedir serenidad, sosiego y buena educación. Pero no ideas, y menos aún, firmeza para convertirlas en acciones políticas. Es rumiante besable, pero no temible. Y en la política de partidos que en España impera, siempre es bueno producir en el entorno una sensación cercana al temor. Suárez fue temido, Calvo-Sotelo besable, Felipe González temido, Aznar temido y temido Rodríguez Zapatero. Con Rajoy estamos sumidos en las dudas. Aznar, además, cuando pasados los años perdió algo de su innata autoridad respecto a sus subalternos, se hizo con un perro de la raza «cocker» que mordía a los visitantes en La Moncloa, y los ministros no se atrevían a darle la lata. Siempre existen trucos para mantener la distancia del poder.
Todo este preámbulo, larguísimo por cierto, me sirve de cimiento argumental para referirme a Eduardo Madina, a quien considero lo más parecido a un okapi. Madina es un vasco tímido. Ha sufrido un terrible atentado de la ETA, y ese detalle me obliga al inmenso respeto y la mayor consideración. También Aznar lo sufrió y ha sido permanentemente injuriado e insultado, pero ese detalle no cuenta para muchos. Pero Madina, como buen okapi, se deja querer sin comprometerse a nada, porque en el fondo no tiene vocación ni de jirafa sobresaliente ni de cebra galopante. Creo que está harto de que lo señalen en su propio partido. Desea la paz y el sosiego de los claros del bosque. Déjenlo en paz.
✕
Accede a tu cuenta para comentar