Enrique López

El oprobio y la ignominia

La Razón
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«No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y se os perdonará» (Lucas 6, 37). Ante tal admonición, nos podemos preguntar si no es necesario juzgar aquello que no está bien. Este mandamiento de Jesucristo lo extendieron sus discípulos y así, por ejemplo, los apóstoles Santiago y Pablo, tan distintos uno de otro, repiten el mandamiento de Jesús casi con las mismas palabras; Santiago escribe: «¿Quién eres tú para juzgar a tu prójimo?» (Santiago 4, 12). Y Pablo: «¿Quién eres tú para juzgar a un criado que no es tuyo?» (Romanos 14, 4). Resulta obvio que este mandato no supone ni el fin de los Tribunales ni de los jueces; se trata, y aquí está la diferencia, de que la Justicia enjuicia hechos y no califica a las personas, sino sus acciones. Este precepto no genera impasibilidad ni indolencia, sólo busca la debida comprensión entre los seres humanos, algo de lo que la sociedad está muy lejos. Hoy en día cuando alguien es investigado por una acción con apariencia de delictiva, nuestra sociedad, y a su cabeza algunos medios de comunicación, comienzan a realizar toda suerte de prejuicios calificando a la persona con toda riqueza de insultos, sometiéndola al oprobio y la más dura ignominia, y así se habla de corruptos o de criminales con total ligereza. La cuestión es que hay delitos de resultado que provocan un cambio físico en el mundo exterior fácilmente perceptible, valorable y enjuiciable, tal cual un asesinato, un atentado terrorista, un robo, un secuestro, etc. Pero existe otro tipo de delincuencia cuya constatación exige una investigación seria y rigurosa que les corresponde a los jueces, fiscales y policía; mas hoy en día, se le suma eso que se ha venido en llamar periodismo de opinión, que no de investigación, muy loable en sí mismo; un periodismo de café y tertulia donde se perpetra todo tipo de escarnios y mofas inmisericordes sobre cualquier persona que se ve involucrada en este tipo de avatares, expulsando la presunción de inocencia de sus juicios y manifestaciones, sometiendo al personaje a la más dura lapidación pública, sin tener un mínimo de rigor y mucho menos de prudencia. Este periodismo de tertulia es muy similar a lo padecido por el propio Jesucristo, donde un pueblo empecinado y guiado por sus responsables lo encontró culpable de toda clase de blasfemias, e incluso cuando se le sometió al dilema de a quién liberar por la Pascua, si a Jesús o a Barrabás, eligió a este asesino y ladrón confeso; que la Justicia y la verdad no estropeen el espectáculo. Esto siempre ha ocurrido, y así por ejemplo Dreyfus sufrió en Francia la cara más dura del antisemitismo animado por la prensa del momento, pero es que en la actualidad, con las nuevas tecnologías, el daño que se causa en la honra y fama de las personas es irreparable. Volviendo a pasajes bíblicos: «No juzguéis antes de tiempo: esperad a que venga el Señor» (1 Corintios 4, 5) puede ser actualizado diciendo no juzguéis antes de tiempo y esperad a que llegue la Justicia; informa, pero no opines condenando antes de tiempo.