Catolicismo

El Papa de la sonrisa

La Razón
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Así bautizó la opinión pública mundial a Albino Luciani, el Patriarca de Venecia elegido sucesor del apóstol Pedro el 26 de agosto de 1978. En la presentación de su libro «Ilustrísimos Señores» (BAC) el entonces presidente de la Conferencia Episcopal Española, Cardenal Enrique y Tarancón, le definió como «el Papa de la alegría, el Papa de la esperanza, el Papa que está necesitando esta generación triste y hosca que no sabe sonreír». Treinta y tres días después de su elección Juan Pablo I murió de forma repentina provocando el estupor mundial. Recuerdo que mi madre muy de mañana me llamó el 3 de septiembre para anunciarme que el Papa había muerto – lo había escuchado en la radio– y yo incrédulo le respondí: «Sí mamá, pero hace ya más de un mes». Pocas horas después llegué a Roma y pude verificar la conmoción que tan inesperada noticia había producido. Por desgracia surgieron los más insensatos rumores sobre las causas del fallecimiento del Pontífice de 65 años que había nacido en Canale di Agordo, un bellísimo pueblecito de la provincia de Belluno. El desconcierto adquirió enormes proporciones sobre todo cuando el Vaticano cometió crasos errores al comunicar la noticia, pretendiendo ocultar que había sido una monja la que había descubierto al Papa muerto en su cama y no su secretario, como afirmó la Sala de Prensa de la Santa Sede. Otro error considerable fue no haber sometidos su cadáver a una autopsia que habría certificado la verdadera causa de su muerte: un infarto o una embolia cerebral y no un envenenamiento como comenzó a difundirse. Esta hipótesis se propagó como un reguero de pólvora y se publicaron varios libros que la sustentaban como indiscutible; sin prueba alguna por supuesto.

Ahora que Francisco acaba de firmar el decreto que certifica las virtudes heroicas de su predecesor ( primera etapa para su proceso de beatificación) una periodista italiana acaba de publicar el libro «Albino Luciani, crónica de una muerte» que desmonta tal infame patraña. En una de sus páginas Stefania Falasca afirma que Juan Pablo I fue asesinado «post mortem», después de su muerte, por informadores irresponsables ávidos de sensacionalismos y del peor amarillismo.