Julián Cabrera

El partido es el partido

La Razón
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Contemplar a socialistas y a separatistas catalanes haciendo alguna manita en el Senado además de sorprender lo justo deja abierta la ventanillas de las fichas para el «hagan juego señores». Sólo un momento político como el actual podía transformar las tertulias –me ocupan más las radiofónicas en las que tengo compañeros, amigos y algún maestro– en verdaderas y auténticas timbas de apuestas. Sea un gobierno estable de gran coalición, un batiburrillo de izquierdas y separatistas, una minoría mayoritaria en una efímera legislatura o una repetición de las elecciones generales en primavera. Todas las posibilidades caben teniendo en cuenta la máxima que siempre mandará en política: nunca digas «nunca jamás».

Pero a pesar de ese «gran angular» siempre quedan líneas bastante delimitadas y meridianas. Una de ellas es el carácter innegociable de la condición de Mariano Rajoy como candidato del partido que ha ganado las elecciones a la presidencia del Gobierno.

Es cierto que la cabeza de Rajoy no ha sido reclamada por ninguna formación al menos formalmente, –no dejemos de reparar en que de no conseguir La Moncloa, Sánchez tendría el mismo problema de cuestionamiento a su liderazgo dentro del PSOE, fuera Rajoy o fuera otro nombre del PP quien acabara al frente del Gobierno– aunque también es cierto que el presidente en funciones lleva tiempo convertido en el ovillo de lana tras el corren no pocos gatos en la política y en sus aledaños mediáticos. Tal vez por ello desde el Partido Popular se ha dejado claro por si quedaba alguna duda, que nunca se negociará el nombre de su líder a cambio del gobierno.

El PP es la formación con mayor número de militantes en España y no negaremos cierto monolitismo en su organigrama –aclárese que no más que en el PSOE donde aún resuena aquella frase de Alfonso Guerra «el que se mueva no sale en la foto»– pero también es probablemente la formación que más ha involucrado a una militancia acostumbrada a ser señalada en algunas plazas públicas y hasta a vivir el acoso en sus sedes. No siempre les fue fácil lucir en la solapa una gaviota. El partido ha sido y es fundamental a la hora de mantener un discurso, plantear alternativas y apuntalar un proyecto de gobierno, de ahí la decisión de aplazar la celebración del congreso nacional hasta que quede clarificado el panorama político del país y se sepa quién va a gobernar, quien estará en la oposición o si en primavera volveremos a citarnos con las urnas.

A ese congreso no se llegará de la misma manera continuando en el poder que afrontando otra travesía del desierto, sobre todo a la hora de pilotar la transición tanto hacia una renovación generacional ya iniciada en las listas para el «20-D»como hacia unas fórmulas de mayor transparencia y acercamiento a la calle y también hacia un futuro liderazgo que solo debe surgir cuando toque y alejado de debilidades en clave interna en forma de tentación oportunista. Una legislatura puede durar cuatro años o sólo dos, pero el partido es para cien.