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Alfonso Ussía

El peregrino

El peregrino larazon

Me divierte e interesa la importancia que le dan los beatos del laicismo a todo lo que concierne a la Iglesia. Fe y espiritualidad aparte, la Iglesia representa veintiún siglos de inteligencia, ceremonia y asombro. Y el Arte, en todos sus alcances. Cuando los soviéticos quisieron darle a Lenin una mostrada y dormida vida eterna, intentaron copiar una Capilla Sixtina en versión cutre. Hasta los altos y marciales soldados que cubrían la guardia del fiambre bolchevique estaban inspirados en la Guardia Suiza que custodia al Papa. Don Antonio Garrigues Díaz-Cañabate fue embajador de España en Washington y ante la Santa Sede. Eran tiempos difíciles para representar a nuestra nación. Me contaba que negociar con los americanos, los nuevos dueños del mundo, era infinitamente más sencillo que hacerlo con los cardenales. El Estado con el Ejército más poderoso de la tierra era pan comido comparado con el Estado más pequeño del mundo, guardado por unos zaguanetes de soldados armados de lanzas medievales. Decía don Antonio que los cardenales tienen, como poco, siete maneras de decir que sí, y otras tantas para decir que no, y que ninguna de las catorce fórmulas se puede considerar definitiva. Que un «no» con un movimiento afirmativo de la cabeza era un «casi sí», y que un «casi sí» acompañado de un leve gesto con la mano se traducía irremediablemente en un «no» rotundo. La Iglesia no se mide por nuestro tiempo ni se rige sólo por el hombre, porque sobre el tiempo y sobre el hombre está Dios. De ahí lo complicado que resulta a veces entender sus reacciones. Esa soledad del Papa Benedicto XVI, en sus momentos más angustiosos, implorando la luz a Dios, «que parecía dormido», nos dibuja con su expresión la imagen más humilde y grandiosa que pueda dibujarse. No estoy de acuerdo en absoluto con quienes consideran que el Papa ha desertado. Hubo en España un obispo en Málaga, Buxarrais, que renunció a la mitra para ocupar la más humilde y conflictiva parroquia de Melilla. El Papa no se ha sentido con fuerzas para culminar su responsabilidad ante Dios, y ha ofrecido a la humanidad sus últimos tiempos en esta vida desde la humildad del peregrino. Se va a dedicar desde ahora a rezar y escribir, y de cuando en cuando, si la agilidad de sus manos lo permite, a recordar sus jóvenes años de pianista virtuoso. El Papa, el Jefe de Estado más desarmado y más poderoso del mundo, se ha despedido del Poder de la tierra y se ha refugiado en su única razón de ser y de existir, que es el amor de Dios. Esa visión del helicóptero sobrevolando el Vaticano y Roma rumbo a Castelgandolfo se me antojó la caricatura de sus sueños, es decir, la consecución de los azules infinitos que tanto ha demandado su cuerpo avejentado. Y lo ha hecho después de renunciar, después de agradecer, después de pedir y después de regañar a quienes en el poder permanecen.

Que un trayecto de treinta kilómetros en helicóptero atraiga la atención de centenares de millones de personas en el mundo no es un milagro, sino un misterio. Esas últimas palabras del Santo Padre, en la reducida, casi familiar, plaza de Castelgandolfo, resumen lo que significa el abrazo a la humildad y al servicio. «Soy feliz de estar con vosotros rodeado de la belleza de la Creación». «A partir de las ocho, seré simplemente un peregrino que inicia la última etapa de su peregrinación en esta Tierra. Gracias y buenas noches». Se despidió como si la solemnidad ya no fuera con él, cuando esa sencillez subrayaba precisamente la grandeza y la ceremonia. Encorvado, débil, tembloroso, se ha refugiado junto a Dios su último representante en la Tierra, un hombre de fe apasionada desde la cultura, un hombre de la Iglesia, sabio, espiritual, afable, paternal y muy bien educado.