Manuel Coma

El plan de Hamas

Como si lo que hay fuera poco, el Oriente Medio reedita una nueva versión caliente de un viejo conflicto, siempre en rescoldo. Sólo tan viejo como 1948, lo que los israelíes llaman «guerra de independencia», lo cual no tiene ni comparación con el enconado cisma suní-chií, hoy arrolladoramente dominante, que surge en el momento mismo de la muerte del profeta, en el 630, y de otras muchas y muy vetustas fracturas sangrientas dentro y en la periferia del islam y la arabidad. Al fin y al cabo la yihad ya está en el Corán y fue practicada desde el principio.

Lo que con el nombre de «Operación margen protector» se perfila como la tercera guerra de Gaza en cinco años (2009 y 2012) tiene una limitada relación con las conmociones de su entorno, más con el pasado reciente que con la actualidad. Lo que está en cuestión es si Jerusalén se limitará nuevamente a un escarmiento, limándole las garras a la radical organización islamista-nacionalista o si esta vez tratará de llegar al fondo, buscando destruirla en su guarida, la franja de Gaza. Netanyahu ha dejado la amenaza en el aire: no descarta una intervención terrestre.

Las llamaradas actuales arrancan de la debilidad que aflige a la organización. La paliza que recibieron hace menos de dos años cuenta, pero su incapacidad de recuperarse procede de las circunstancias que rodearon el conflicto –«Operación Pilar de la Defensa», noviembre 2012–. El Gobierno en El Cairo de la Hermandad Musulmana, de la que son una rama, estaba ocupado en demostrar su moderación al mundo y sobre todo a la Administración Obama, que se había erigido en su protector. Los que mandaban en la Franja provocaron a Israel con su bombardeo de cohetes, sin consultar con sus hermanos mayores, que retrajeron su ayuda, lo cual, en todo caso, no lo hubiera consentido el Ejército egipcio, nada convencido de la templanza islámica del presidente Mursi, al que derribarían ferozmente unos meses después, con el aplauso de la mayoría de sus compatriotas. Además, la dirección de Hamas en Damasco perdió la protección del régimen sirio, desafiado por los afines a su protegido, y tuvo que abandonar la capital y el país. El Ejército, de nuevo en el poder en El Cairo, fue implacable con los que con Mubarak habían sido sus consentidos, y cerró los túneles de los que vivía todo del pequeño y superpoblado territorio. La precaria economía se vino abajo y el aprovisionamiento militar por parte de los ayatolas iraníes, dispuestos al doble juego de apoyar a Al Assad en Siria y en Gaza a los amigos de los enemigos de aquél, se hizo más difícil, aunque los redoblados esfuerzos permitieron que continuara a través del Sinaí, como se está viendo en este momento. Una de las incógnitas es para cuántos ataques dan las reservas de obuses y misiles.

La penuria económica y el espectáculo de la corrupción e incompetencia gubernamental que indefectiblemente corroe todos los totalitarismos, parece haber quebrado la confianza de la población en los que hasta poco antes había visto como héroes de la resistencia palestina. Todas estas sacudidas a su prestigio y poder llevaron a Hamas a un acercamiento a sus odiados rivales de Al Fatah, la OLP y la Autoridad Palestina que gobierna en Cisjordania, los cuales trataron de sacar la mayor tajada posible de la postración de hermanos-enemigos.

Así las cosas, todo lo que lleva sucediendo desde la desaparición de los tres adolescentes israelíes, debe básicamente ser interpretado como una huida hacia delante de Hamas, para salir del pozo en que se encuentra. Puede que no les baste el halo de mártires.