César Vidal
El plan quesalió mal
La Semana Santa tiene su origen en otra, acontecida durante el Pésaj judío del año 30 d. de C., escenario de un meditado plan. En términos generales, las cartas habían quedado repartidas para que no se produjeran sorpresas. Anás y Caifás, jefes de los saduceos que controlaban el Templo de Jerusalén, llegaron a la conclusión de que resultaba obligada la muerte de un tal Jesús. Alegaron para ello que su predicación del Reino de Dios podía provocar la suspicacia de los romanos y acabar degenerando en un conflicto dañino para Israel. La realidad era más compleja. Jesús predicaba la teshuvá de los profetas, es decir, la necesidad de que el ser humano se volviera hacia Dios y le dejara ser el Rey de su vida cambiándola radicalmente. Semejante cercanía entre Dios y cualquiera convertía el templo en innecesario y a sus sacerdotes en inútiles. Como además se rumoreaba que Jesús podía ser el Mesías prometido y que incluso curaba a la gente y arrojaba demonios su suerte quedó echada. Dado que el ocupante romano había privado a las autoridades del templo de la posibilidad de ejecutar la pena capital, los saduceos decidieron que, detenido Jesús, lo entregarían al gobernador romano para que éste le diera muerte. La detención, el interrogatorio y la entrega a los romanos fue fácil, pero entonces apareció el primer escollo. Pilato, el gobernador, no estaba dispuesto a crucificar a nadie por una cuestión teológica relacionada con el extraño Dios de los judíos que ni siquiera permitía que lo representaran. Los saduceos salvaron el obstáculo alegando que, al afirmar que era el mesías, Jesús se proclamaba rey y su condición regia chocaba con la del emperador. No quedó convencido Pilato, pero ansioso por evitar un problema de orden público, ordenó la crucifixión de Jesús. En apariencia, todo había quedado zanjado conforme al plan. Sin embargo, al cabo de tres días, la tumba de Jesús apareció vacía, docenas de personas comenzaron a afirmar que lo habían visto de regreso del Hades y que incluso habían comido con él. En una década, ninguno de los principales saduceos ostentaba su cargo y también Pilato fue destituido. A esas alturas, los seguidores de Jesús habían llegado a la capital del imperio armando tanto ruido que Claudio tuvo que expulsarlos. En cuarenta años, las legiones de Tito arrasaron el templo de Jerusalén y con él se extinguieron los saduceos. Pocas veces habrá salido peor un plan. Prueba de ello es lo que se recuerda esta semana.
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