Enrique López

El poder de la mentira

Por fortuna vivimos en una sociedad en la que la libertad de expresión es uno de los pilares de su conformación. Como todos los derechos tiene una cara oculta negativa, su espurio ejercicio, que puede tornar en un peligroso lastre para el desarrollo de la democracia. Hoy son muchos los que exigen avanzar hacia una democracia cada vez más participativa y esto con instrumentos responsables y eficaces está bien, pero el problema es que, en la actualidad, la democracia ha tornado en una democracia televisada donde la opinión pública está conformada por la opinión publicada que se fabrica en lugares a veces muy apartados de las redacciones. Decía Maquiavelo que pocos ven lo que somos pero muchos lo que aparentamos, y esto es así. Hoy en día no importa lo que es sino lo que parece, y lo que parece es lo que algunos quieren se parezca, porque es más fácil crear una ficción que transformar la realidad. Al mundo de la Justicia le ocurra sobremanera, y no importa la verdad sino lo que a algunos le interesa. En este escenario, y como ocurre en el mundo del fútbol, cuando llegan las grandes citas en modo de mediáticos juicios, se habla mucho de los árbitros, y para meter presión se los critica creándoles un halo de intereses personales que los hacen parecer poco independientes y muy parciales, eso sí, cuando no les gusta al que puede conformar opinión pública. Todo este esfuerzo es evanescente ante la realidad de las cosas; la justicia se impondrá con toda seguridad, pero por el camino muchas famas personales son arruinadas, y esto ante la impasible pereza mediática de aquellos que están obligados a contrarrestar este penoso espectáculo. Al final sólo te queda Calderón de la Barca: fingimos lo que somos, pues seamos lo que fingimos.