Alfonso Ussía
El precio de la muerte
El precio de la muerte, altísimo y trágico, sólo lo pagamos los vivos. Los que mueren se marchan a otros espacios y nos miran desde los azules infinitos con misericordia. Hace un año se marchó Antonio Mingote. El genio, el sentido común elevado al cubo, la sencillez prodigiosa. Así, en el cine, mientras veía una película de guerra donde moría hasta el director. «Me parece que aquí va a haber más que palabras». Ante la pregunta tópica: ¿Qué cuadro salvaría usted del Museo del Prado en caso de incendio? «El que esté más cerca de la puerta de salida». Descendíamos por las escaleras de los Jerónimos después de asistir al funeral del general Díaz Alegría. Un reportero le puso a Antonio la alcachofa en la boca. ¿Qué le ha parecido la muerte del general Díaz Alegría? «Pues muy mal». En una conferencia que pronunciamos al alimón en Las Palmas. Un asistente le formuló una pregunta que se alargó aún más que el tiempo de duración de la conferencia. Una pregunta-discurso que narcotizó a todos los presentes. El preguntón finalizó desafiante: ¿Qué me responde? Y Antonio respondió: «Si usted lo dice»... Últimos días desayunando en su casa con dulces de Daroca, cuyo marquesado le fue concedido por el Rey. Y meriendas con chocolate. Al final se le entristeció el ánimo. El 3 de abril, un día tan triste como éste en el que escribo, Antonio se nos marchó. Con él se fue una parte de mi vida, mientras Antonio, ya sin ella, le quitaba importancia a las cosas de este mundo.
Hoy, cuando escribo, he experimentado lo mismo. Se ha marchado, en plena juventud, otro amigo del alma. Al lado de su quietud no entendía bien cómo y por qué había sucedido todo, y tan apresuradamente. Pocos días atrás, le preocupaba su salud, malherida por un cáncer. La expresión de su rostro sin vida era de absoluta placidez. Me preguntaba hace unas semanas: ¿Y ésta Ada Colau de dónde coño ha salido? «De las subvenciones» le respondí; «claro, me lo temía». Luchó para mantenerse y conocer a su nieta. Carlos Domecq Urquijo era un personaje. Abierto, simpático, natural, ingenioso, bueno, siempre igual y guapo. Lo dijo un pasiego después de una jornada de caza en los montes de Sejos: «Esti home lo bien que guapea». Alguien lo ha dicho en su velatorio: «Es elegante hasta muerto». Señor profundo, hijo de las viñas de Jerez y de los robles de Llodio. «Lo único bueno que tiene el cáncer es que, gracias a él, he sabido de la cantidad de buenos amigos que me quieren».No pretendo ponerme sentimental con mis cosas y mis tristezas. Pero el día, las nubes, la lluvia, el frío retrasado de las últimas horas de Carlos han sido similares a las del frío también retrasado de los últimos días de Antonio.
No tenía razón al elogiar esa virtud del cáncer. Sin su voracidad terminando con su vida sus amigos lo queríamos del mismo modo que él quería a sus amigos. Y como con Antonio, con Carlos se ha ido una parte muy grande de mi vida, mientras él, ya sin ella, le quitaba importancia a las cosas de este mundo.
La muerte es para unos la nada y para otros el principio. Estoy seguro de que uno y otro están en ese principio de paz y de premio. La muerte es gris, como este primer paso de la primavera. Como el primer paso de la primavera anterior. No son de fiar las estaciones que no cumplen con su cometido. En una mañana gélida, lluviosa y nublada del mes de junio, Santiago Amón perdió la vida en un helicóptero que se topó con las rocas de La Cabrera. Abomino de los días tristes que se llevan a los mejores. Los tres están en el principio, en el Misterio. Con Santiago, el cielo es más literario. Con Antonio, más artista. Con Carlos más generoso y educado.
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