César Vidal
El «premier» en Miami
Miami es la puerta de entrada a los Estados Unidos. Es verdad que la diplomacia española no se ha lucido precisamente en esta urbe que sigue sin contar con un Instituto Cervantes por que, según aseguran, así se lo exigió Fidel a ZP. Es también cierto que hemos gastado durante años el dinero del contribuyente en dar cursos sobre cómo hacer máscaras con papier maché en la pequeña Haití. Con todo, a pesar de la estupidez de nuestra política diplomática que aún consiente estos desaguisados, Miami es enormemente relevante. Alemanes, franceses, británicos y rusos desembarcan en sus playas como si fuera Normandía en el verano de 1944. Hace unos días, el que llegó fue un antiguo «premier» británico. Como aquí quien más quien menos ha venido refugiándose del frío europeo, la conferencia de aliño acabó dando lugar a un debate posterior mucho más interesante. El antiguo «premier» aseguró que el euro iba a sobrevivir; dejó entrever que Grecia nunca tendría que haber entrado, pero que dado que España había cumplido con las condiciones en la época de Aznar parecía de mal gusto dejar fuera a otras naciones problemáticas –o sea la culpa la tiene Aznar– y realizó un llamamiento no a confiar en el pueblo español, la nación española o incluso el Gobierno español sino en «la clase política española». Reconozco que la expresión me provocó un intenso escalofrío porque si hay alguien responsable del desaguisado que sufrimos es precisamente la «clase política». Sin embargo, el «premier» insistió en ello con un entusiasmo firme como la «roca de Gibraltar» que dicen en su país. En un momento concreto, incluso apuntó –con poco entusiasmo y de pasada, eso sí– al hecho de que Rajoy era una especie de virgen y mártir por enfrentarse a cargar con la impopularidad que significa llevar a cabo ciertos recortes. Hubiera yo deseado indicarle al «premier» que si en lugar de recortar las prestaciones a los más débiles y subir los impuestos más de treinta veces, Rajoy hubiera ordenado a Montoro que embridara el déficit e interviniera algunas comunidades autónomas a lo mejor Rajoy no sería virgen, pero en lugar de mártir muchos lo verían como una persona que sabe lo que tiene entre manos. No hubo posibilidad. Me pregunté entonces si quizá no era yo el equivocado. Cuando el «premier «se burló de los que desean la democracia en China insistiendo en que en Oriente el valor es la «autoridad», supe que la razón estaba de mi parte.
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