El desafío independentista

El proceso

La Razón
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Se ha abierto con estrépito el proceso contra el «procés». La decisión de la Audiencia Nacional de mandar a la cárcel cautelarmente a los cabecillas de la conspiración que han comparecido demuestra la gravedad de los hechos vividos en Cataluña en los últimos meses. La irresponsable fuga de Puigdemont ha cargado de razón a la juez Lamela para dictar el auto de prisión y ha perjudicado seriamente a los compañeros de gobierno, con Junqueras a la cabeza. Cuando los jueces se hacen cargo de un delito, son implacables. Llevan orejeras. Sólo ven la ley y al reo que tienen delante. Quiero decir que los caminos de la Justicia no son los caminos de la política. Por eso no faltarán hoy las voces de alarma. Con unas elecciones decisivas a la vuelta de mes y medio, el encarcelamiento de los cabecillas de la insurrección separatista agitará peligrosamente las calles, desatará de nuevo las pasiones que parecían apaciguadas, levantará en la opinión pública internacional olas artificiales de descrédito y los soberanistas aprovecharán su victimismo para acarrear votos dudosos a las urnas. Pero hay que confiar en la Justicia. Como dice Quevedo, donde hay poca Justicia es peligroso tener razón.

Una cosa ha quedado clara en todo el «procés». Los encausados no tenían razón. Y cuando se pierde la razón y se pisotea la ley, hay que atenerse a las consecuencias. No conviene mirar para otro lado y que pase lo que dice Kavafis: «Cuando la Justicia no logra soluciones, cuando el juicio de los hombres duda y otras necesidades enturbian el recto conocimiento, los jueces callan y la compasión de los dioses deciden». No sirve. En este caso, parece que los jueces están dispuestos a hablar. Ya caben pocas dudas de que éste va a ser un proceso sonado. Del acierto final y del mismo procedimiento dependerá en gran manera la convivencia democrática en España y el pleno restablecimiento en Cataluña del Estado de derecho. Este proceso y la aplicación del 155 de la Constitución sirven de aviso a navegantes. Los nacionalistas catalanes sensatos deberían hacer caso del consejo de Kafka, el del «Proceso»: «No es necesario volar al centro mismo del sol, pero sí es necesario arrastrarse hasta un lugarcito aseado donde llegue a veces el sol y donde uno pueda calentarse un poco». Todo menos la cárcel.