El desafío independentista

El «pucherazo»

La Razón
La RazónLa Razón

En la campaña electoral catalana tienen mucho interés las propuestas que cada partido haga. No es un tiempo para ponerse de perfil, ni siquiera para andarse con paños calientes. Ha abierto la veda el PSC con sus propuestas económicas. Bien enfocadas porque son lo que Cataluña necesita; pero mal formuladas porque la recaudación de todos los impuestos o la condonación de la deuda que no se pueden admitir sin perjuicio de terceros, como ya han señalado los barones socialistas.

Ante esto, la estrategia de los partidos independentistas ha sido seguir en el monte. Es tan desastroso el balance que pueden hacer de su gestión, tripartitos incluidos, que han preferido hablar y apelar de lo de siempre: de la independencia. Al «España nos roba» –esta vez disfrazado de España se lleva nuestras empresas– han sumado el tema estrella hasta la fecha en sus discursos: el «pucherazo» electoral. Es tal el miedo que tienen a que los catalanes que habitualmente no votan en las autonómicas lo hagan, que han puesto en marcha la maquinaria de la sospecha: el fraude en el recuento de los votos del 21-D.

Empezó con esta matraca Sergi Sabrià, portavoz de los republicanos, quien aseguró que para evitar el «pucherazo» electoral, su partido haría un recuento paralelo de los votos emitidos. Y lo dijo ante la suposición de que Junta Electoral –no es una suposición, sería un delito–amañara los resultados. Dijo también que estas elecciones eran «ilegítimas e ilegales» y que por eso ERC haría una comprobación aleatoria en algunos colegios electorales, y además pondría un apoderado en cada una de las 8.000 mesas electorales. Terminó sus palabras diciendo que en su partido tenían la sensación de «jugar fuera de casa y tener el árbitro en contra», al ser el Gobierno quien convocó las elecciones gracias al artículo 155 de la Constitución.

Pero las sospechas de ERC están muy bien fundadas. Y lo están porque ellos conocen como nadie cómo manipularon el referéndum del 1 de octubre. Y no me refiero al control de los medios públicos en Cataluña sino al fantasioso recuento en el que dijeron que habían votado los que no votaron, otros votaron hasta cinco veces, y los encargados recontaron sin ni siquiera contar. Un fraude sin paliativos. Lógico que ahora piense el ladrón que todos son de su condición.

Pero como en España los pucherazos son de otra época, o de otras instancias, lo sorprendente de este planteamiento, al que nadie le concedía mucho recorrido, es que el ex presidente Mas se haya venido a sumar a él.

Ha dicho el presidente del PDeCAT, que si el bloque independentista no saca mayoría, no tendrán más remedio que «aparcar el proyecto soberanista» por el momento. Pero también ha dicho que le parece normal la decisión de ERC de acreditar a 8.000 apoderados para las elecciones del 21-D porque cree que es la manera de garantizar «que no hay ningún error en el recuento electoral (...) Ha pasado muy pocas veces de manera sustancial, excepto en el voto en el extranjero». Y para terminar de arreglar el «pucherazo electoral», Mas terminó diciendo que los electores tienen muy difícil controlar que no haya fraude.

Creo que no conviene siquiera argumentar en contra de sus palabras. Pero la evidencia es que si lo dicen es porque empiezan a ver que el vuelco electoral es más que probable según dicen las últimas encuestas. Nada extraño. Y creo que por dos razones: el pucherazo del 1 de octubre –que ése sí que lo fue– y la pésima gestión de los partidos independentistas. No hay otra verdad.