María José Navarro

El regalo

La Razón
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Ayer pasé una mañana estupenda de Reyes. No vayan a pensar que fue por la cantidad de regalos que me dejaron sus Majestades de Oriente porque tengo cincuenta años y ya sé la verdad y porque yo misma me los compré y me los envolví. Yo me levanto pronto, me pongo nerviosa, y voy dando grititos y saltos al abrirlos pero la verdad es la verdad la diga Agamenón o su porquero. El caso es que la mañana de Reyes la pasé con un grupo de venezolanos en una peluquería convertida en improvisado comedor donde el dueño invitaba a comer a algunas de sus clientas entre las que tuve el honor de ser incluida. Mi peluquero es uno de esos exiliados venezolanos que vino a buscarse la vida aquí aprovechando sus raíces canarias y que es un ejemplo de tesón, de ganas de trabajar, de esfuerzo y al que no le importa remangarse y poner en marcha su propio negocio sin muchas garantías iniciales. En realidad es licenciado en periodismo pero la homologación de carreras universitarias en España para la gente que llega de Iberoamérica es larga y farragosa así que decidió abrir una peluquería chiquita, modesta, una de esas peluquerías de barrio donde no solo acudes a peinarte sino que acaba siendo una parada obligada cada vez que sales a la calle. Paras a saludar, a darles un beso, a tomar un café o a llevar una botella de vino. Mi peluquero es venezolano, es decir, es el más divertido parrandeando, así que ayer decidió montar fiesta con compatriotas y con una de Albacete y nos cocinó revuelto de gallina, hallacas y torta negra pero entre risa y risa siempre sale Venezuela. Yo procuro callarme y escuchar y opinar poquito porque detesto esta mirada condescendiente europea que nos gastamos con Iberoamérica y las lecciones que les damos con el dedito muy enhiesto pensando que necesitan de nuestra tutela para votar bien, vivir bien y pensar correctamente. Estar un rato con ellos fue una lección de añoranza, un aquelarre de dolores y de esperanzas, una puesta en común de preocupaciones, de miedos, de confesiones de los que se quedaron. Se habló de hambre de los de allí, de saqueos, del hijo que estudia en Caracas, de la madre que no quiso venir. Y entonces te das cuenta de que hay una parte del mundo que sientes, que te hacen sentir que es tu lugar emocional en la tierra. Eso es Iberoamérica para mí.