Alfonso Ussía

El regañón

Aznar, cuando se decide a hablar, dice muchas cosas interesantes y oportunas. Pero regaña. Haría bien en suavizar el tono y moderar los gestos. Advierte mucho con el dedo índice de la mano derecha. Regañó bastante a Rajoy, pero el gallego a estas alturas del curso, aguanta lo que sea. La bronca o el chorreo se hacen en privado, no ante una muchedumbre partidaria. También en privado duele. Se cuenta de Arzallus la tarde que se declaró a su novia y le pidió boda. Principios de septiembre, sendero de Igueldo, las moras madurando y los maizales rebosados de frutos. Esos caminos del norte de España que huelen a heno y manzana. –Oye, me gustas, te quiero y espero que aceptes casarte conmigo-. Las lágrimas fluyeron por el bello rostro de la joven vasca. –Sí, Javiercho, sí, pero deja de regañarme-.

Me lo contó Noemí Sanín, la inteligentísima y bellísima embajadora que fue de Colombia en España. Colombia es una nación culta y educada, sólo amenazada por el narcoterrorismo de las FARC, brutal y despiadado ejército de estalinistas. En Colombia son tan civilizados que el odio postelectoral no existe. Noemí se enfrentó en las elecciones a la Presidencia de Colombia contra Uribe. Ganó Uribe, y en lugar de despedazarla socialmente, como en España hacemos con los derrotados, le ofreció la Embajada de Colombia en España. Fue extraordinaria. En diez horas tuvo que sacar a su hija Jipy porque un colaborador de las FARC le anunció su secuestro inminente. Visitó a la embajadora una amiga. Llegó a Madrid y en Barajas tomó un taxi. –A la Embajada de Colombia, por favor-. -¿Cómo, dónde está eso?-, le preguntó el taxista. –Está en la calle de Fortuny, señor, pero no me regañe más-.

Aznar tiene dos defectos en su manera de hablar. Me limito a la forma, que no al fondo, porque su alocución en la convención del PP fue tan oportuna como brillante. Tuvo chicha, como se dice ahora. Los defectos son su excesiva afición a la bronca y que no se le oye la última sílaba de la palabra que cierra la frase, como hacen los «chalchaleros» cuando cantan sus maravillosas zambas salteñas. «Pedazo cielo en la tie/ refugio de los paisá/ descanso del caminán/ ombú de los tucumá». Y quizá, si se me permite escribirlo y no ser regañado, una facilidad asombrosa para olvidar sus errores. Porque Rajoy, el chorreado, fue designado a dedo por el chorreador, y el culpable de la política inactiva y condescendiente con el separatismo catalán –por poner un ejemplo– es un individuo que no estaba ahí y que contrató Aznar en su momento. Podría haber tenido el detalle Aznar de elogiar la política de recuperación económica de Rajoy, pero se le olvidó también, vaya por Dios.

Dicho esto, Aznar dio en la diana repetidas veces y con contundencia. Todo es consecuencia de una incoherencia crónica. Si el Partido Popular ha perdido parte de sus principios, sus valores y su personalidad es por culpa de quien determina la política que debe desarrollar el Partido Popular sin ser ni sentirse del Partido Popular. Me refiero, claro está, al brujo Arriola, destacado socialista y ausente durante la convención, faltaría más.

El PP mantiene un espacio intermedio –ni suelo ni techo– electoral más que apreciable. Y aumentará a medida que se acerquen las elecciones.

«Madrid, Madrid, Madrid», como en el chotis, tan importante y tan enigmático. Arriola no quiere a Esperanza Aguirre, y no hay vuelta atrás. De cualquier manera, no es tiempo de regaños, sino de rectificación absoluta. Hay que enfrentarse a los problemas, y muy especialmente a la corrupción, a la amenaza estalinista y a los separatismos con fuerza y sin complejos. Podría haber iniciado así su importante discurso regañado: «Queridos amigos, os pido perdón por haber instalado en el PP a quien no desea que ganemos». Y ovación cerrada.