Alfonso Ussía
El Rey, el culpable
H oy, por culpa del Rey, centenares de miles de padres de familia nos hemos sentido señalados, y por ende, avergonzados. Todos los padres que hemos ayudado económicamente en alguna ocasión a nuestros hijos estamos en el punto de mira del juez Castro. En el año 2004, cuando nada se sabía de las andanzas del duque de Palma, el Rey prestó a su hija, la Infanta Cristina, un millón doscientos mil euros destinados a la adquisición de la dichosa casa barcelonesa de Pedralbes. El ingreso se realizó desde una cuenta particular del Rey y se transfirió a otra cuenta de su hija, y consumado el préstamo, o donación, o regalo, o lo que fuera, se redactó un documento notarial elevado a público en el que se detallaban todos los pasos y pormenores del gravísimo delito. Dar, prestar sin intereses o regalar a una hija el dinero que a un padre le sale de las narices dar, prestar sin intereses o regalar a su hija. A veces, y lo lamento porque se trata de un gran periódico, no entiendo los rumbos que «El Mundo» elige. Para ofrecer la noticia de tan vergonzoso patinazo Real, además de la portada en grandes y alarmados caracteres, el periódico dirigido por Pedro Jota Ramírez amortiza a cuatro de sus grandes redactores, González, Inda, Urreiztieta y Colom. Si cuatro prestigiosos periodistas son necesarios para informar de que un padre le ha prestado o regalado dinero a su hija, ignoro los que se precisan para reseñar noticias de mayor calado y trascendencia.
Las redes sociales se han hecho eco del escándalo y muchos aprovechan para exigir la inmediata implantación de la Tercera República. Porque está claro y ha quedado meridianamente demostrado que todo padre que ayude económicamente a un hijo es sospechoso de haber cometido un repugnante delito. Y entre esos padres, lógicamente, estamos Pedro Jota y yo.
En mi caso, y me entrego voluntariamente a la Justicia, el delito es más grave todavía. Tengo muchos sobrinos, los cuales en diferentes ocasiones me han pedido ayuda económica para solventar asuntos menores. Y les he dado el dinero que precisaban sin documento notarial que justificara la ilegal transferencia billetaria. Y si he podido, que no ha sido siempre, he regalado o prestado sin intereses dinero a amigos o hijos de amigos que pasaban por una difícil situación económica, o simplemente, porque les apetecía comprar un reloj y no tenían dinero para el reloj. A mis hijos, que también serán imputados por el juez Castro, les doy todo lo que puedo darles, que no es mucho, pero en ocasiones consigo que superen una pared de obligaciones con una suave patadita.
Y Pedro Jota hace lo mismo con los suyos, más afortunados en lo económico que los míos, entre otros motivos porque Pedro Jota trabaja más y con más acierto que yo. Pero tampoco se librará de la inquisición, y temo que su periódico le está haciendo un flaco favor, porque Pedro Jota es más generoso con sus hijos que el Rey, y cualquier día puede leer en la portada de su periódico que ha ayudado a sus hijos a comprar algún piso en España o fuera de España, y eso sería de cárcel súbita y urgente. Bolinaga en la calle y Pedro Jota y yo en la cárcel por ayudar a nuestros retoños, que manda huevos. Una inmoralidad apabullante y digna de público escarnio, mofa y vociferante repulsa.
Esta novedad indignante nos sitúa al Rey, a Pedro Jota y a mí en una complicada situación familiar. Supongamos que la Infanta Elena necesita una silla de montar, un hijo de Pedro Jota una suscripción a «Orbyt» y uno de los míos un nuevo modelo de «ipad». ¿Podemos satisfacer sus ilusiones? ¿Vamos los tres al notario? ¿Lo hacemos juntos o por separado? ¿Saldremos señalados en una portada? ¿Podremos pasear por la calle sin arriesgarnos a que nos insulten por ayudar a nuestros hijos? (En este instante en el que escribo, mi hija me ha pedido prestados 300 euros que me devolverá en Madrid). –Sí, de acuerdo, pero vamos a un notario para que el juez Castro no nos inquiete en el futuro–. Y por ese motivo, y no otro, me veo obligado a terminar el artículo. El notario nos ha recomendado que acudamos inmediatamente y se efectúe ante él el préstamo solicitado. La culpa la tiene el Rey.
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