Relaciones internacionales

El Rey y Washington

La Razón
La RazónLa Razón

La visita de los Reyes a EEUU trasciende la mera enumeración de actividades o el bombardeo fotográfico. Pocas veces España ha necesitado tanto de la actividad diplomática, el talante encantador y la seriedad de sus máximos valedores en el mundo. La urgencia alcanzó cotas dramáticas desde que unos españoles apostaron por la vía Kosovar al Edén, bien pertrechados de Humboldt y otros exploradores de la sentimentalidad lingüística, aunque como diría Mark Twain, los rumores sobre mi muerte han sido exagerados. Al estadounidense medio le importa una higa los delirios del secesionismo catalán, no entiende sus coreografías, tan similares en vistosidad a las de Corea del Norte, y está convencido de que las esteladas que ondean en el Camp Nou son rojigualdas que juran con más franjas su amor por España.

Asunto distinto es lo que piense la Casa Blanca. Obama ha sido tajante tras la reunión con Felipe VI en el Despacho Oval. Quiere «una España fuerte y unida» y viajar a nuestro país antes de concluir su mandato. Aborrece la idea de un socio agusanado por la promiscuidad xenófoba de las taifas. Con el Magreb empapado en gasolina y Siria entre la cimitarra terrorista y la bota de Bachar el Asad que mece el culturista Putin, y con cientos de miles que huyen del infierno, sólo faltaba que en el portón de Europa vivamos la reedición del acabose yugoslavo. A ver qué hacemos, comentan por los pasillos del Departamento de Estado, con una Cataluña en quiebra, expulsada de la UE y desprovista del paraguas de la inteligencia española para controlar la emergencia del pistolerismo islámico. Aparte, tienen muy presente las palabras de Lincoln: «Ningún estado puede, de forma legal, abandonar la Unión sin el consentimiento de los otros». Qué hubieran dicho, me pregunto, de haber asistido a la delirante conferencia de Artur Mas en Columbia, donde tras entroncar con Martin Luther King no siguió con Aníbal, Gandhi y Mandela porque alguien, cauto, supongo que lo agarró del codo.

Roxanne Roberts, en las páginas del «Washington Post», dice que el Rey es joven y guapo, que fue «un niño serio» y que desde muy pronto asumió sus responsabilidades. En conjunto componen una pareja impecable, «más sexy, un poquito más escandalosa y más interesante que la formada por los duques de Cambridge», pero no es el glamour lo que aquí interesa, ni la opinión de una cronista rosa, sino la reunión de Felipe VI con Obama y la de la reina con Michelle. Antes de viajar a la Casa Blanca los monarcas rindieron tributo al general Washington, ante cuya tumba ofrendaron una corona con la bandera de España. En la histórica residencia del primer presidente de EEUU, en Mount Vernon, todavía retumban las palabras de su carta de despedida al pueblo de los Estados Unidos, cuando en 1796 explica que la unidad del país es «la columna principal de la verdadera independencia y el sostén de la tranquilidad interna, de la paz exterior, de vuestra propia seguridad y de las libertades que tanto amáis», y advierte contra quienes quieren despedazar «el eje de vuestro florecimiento político».