Crisis en el PSOE

El soldado Sánchez

La Razón
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No hay quien salve al soldado Sánchez, «el kilométrico», como le llama Ussía. Ha caído en combate. Es inútil que se líe la manta a la cabeza y se eche como un zombi a la carretera, dispuesto a recorrer las agrupaciones socialistas, antes tan acogedoras. Sólo él no se ha enterado de que es un cadáver político, al que la gestora, los barones, los históricos y el comité federal le han cantado el gorigori. Con lo de «Salvados» acabó de escribir su epitafio. Lo definitivo es que el personaje ha entrado ya en la leyenda cómica. Un político no está muerto del todo hasta que no se convierte en objeto de burla popular. En las últimas horas he recibido en el «esmarfon» una tira de comentarios de humor, que se me antojan paladas de tierra sobre su tumba. Por ejemplo, éste: «Pedro Sánchez ha empezado su ruta con el coche por España; me comunican que lleva atrapado ocho horas en una rotonda de Vallecas porque la señal dice que gire a la derecha y él dice que no y que no». O este otro: «Para llegar a Madrid, Susana Díaz no ha tenido más remedio que pasar por Despeñapedros». Y otros por el estilo. Ahora descubren en la sede de Ferraz las facturas. Y así nos enteramos, por ejemplo, de que en los dos años que ha durado su liderazgo, además de perder millones de votantes, se han dado de baja en el PSOE 24.300 militantes. Ninguno de ellos acudirá a saludarle. El hombre que soñó con el poder ofrece hoy una de las estampas más patéticas de la historia democrática. Ha perdido como don Quijote el sentido de la realidad. No ha sabido medir sus límites y está empeñado en continuar su quijotesca aventura kilométrica en solitario. ¿Qué habría pasado si un hombre de sus limitaciones hubiera alcanzado, por uno de esos extraños juegos del destino, la presidencia del Gobierno? Alguien cercano –no sé si el cura o el barbero– debería aconsejarle que no emprenda la segunda salida, y menos con el escudero Luena. Reconozco que Pedro Sánchez me caía bien porque era del Atlético y porque había sido un perdedor con el Estudiantes. Ahora siento compasión por él. Por eso le animo a que acepte de una vez que ha perdido la guerra y que está muerto.