José María Marco
El soviet de Burgos
Circulan por Internet comparaciones de Burgos con San Petersburgo, a cuenta de lo que se llama el soviet de Gamonal, ese grupo de militantes violentos de extrema izquierda que han secuestrado un movimiento vecinal opuesto a las obras de mejora de una calle de su barrio. Más allá de las bromas, que están muy bien, se está reproduciendo lo que ya ocurrió con el 15-M en la madrileña Puerta del Sol, cuando se otorgó a aquel movimiento, mezcla de infantilismo, izquierdismo universitario y movimientos antisistema, la categoría de síntoma. Síntoma del mal funcionamiento del sistema (democrático, se entiende), y expresión de un anhelo de cambio que no encontraría otras vías de expresión.
Las dos explicaciones son erróneas. El sistema democrático liberal funciona en España igual de razonablemente bien que en cualquier otro país. Hay alternancia, posibilidad de crear nuevos partidos, separación de poderes y representatividad. Los anhelos de cambio, todo lo intensos que se quieran, se pueden expresar por cauces legales que están abiertos a todos. Pocos países más abiertos y liberales que España, donde casi cualquier posición, incluidas las más destructivas, están toleradas y respaldadas por el ordenamiento legal y la práctica política.
Hay una parte de ingenuidad en estas explicaciones. Una izquierda que jamás ha hecho la menor crítica de su propias posiciones campa a sus anchas –aquí y en todas partes del mundo– en la enseñanza y en particular en la universidad. Periódicamente, surgirá la tentación de escenificar la cartilla (m-a-r-x-marx, etc.) machacada en clase. «Podemos», dijeron en Estados Unidos, y aquí seguimos en las mismas. La experiencia del zapaterismo no habrá servido de nada, al parecer. Hay algo más, claro. La democracia, según el soviet neozapaterista, estaría secuestrada. ¿Secuestrada por quién? Pregunta retórica por excelencia: secuestrada por el PP, faltaría más.
La retórica de la superación del sistema acaba siempre en lo mismo. Se mantiene la utopía adolescente de ir más allá del sistema democrático liberal –que es un fin de por sí, sin alternativa posible– con el fin de impedir que el centro derecha sea percibido como una posición política tan legítima como cualquier otra. La extrema izquierda soviética, burgalesa y de cualquier parte de España, lo sabe muy bien. Los nuevos regeneracionistas que están creando grupos políticos para paliar la supuesta falta de representatividad del sistema –en vez de para ofrecer programas concretos– harían bien en no ignorarlo. Acercar posiciones no les va a ganar mayor legitimidad, como acaba de demostrar el soviet de Burgos tras la suspensión de las obras.
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