Historia
El sueño americano reside en Londres
Con buena razón los especialistas en retórica dicen que después del discurso de Martin Luther King «I have a dream» cualquier otro que se refiera a la realización de un sueño nace pequeño y agotado. Pero eso no significa que ya no existan sueños y que se dedique incluso la vida para conseguirlos, de hecho, se suceden unos a otros, día a día, aunque suelen convivir con pesadillas.
En el año 2009, EE UU se barnizó de épica al hacer posible que Obama, en un país marcado por la controversia del racismo, fuese presidente de la primera potencia mundial. Las dificultades que tuvo que sortear no eran solo las relativas al color de su piel, también estaban las relacionadas con su nombre, Barack Hussein Obama, nada empático en un momento en que la nación estaba enfrentada a otro Hussein, Sadam.
Pero en aquel momento el mundo entero comprendió que en democracia, aunque haya dificultades, no hay nada imposible para las personas y que, a veces, los sueños se convierten en realidad.
Ocho años después, en el mismo escenario se vive una pesadilla, la de Donald Trump, un millonario excéntrico, racista y radical que ha conseguido ganar las primarias en el partido republicano, pese a tener en contra a más de la mitad de su propio partido, incluyendo a varias generaciones de la dinastía Bush, que ni siquiera acudirán a la convención republicana.
Pero el problema no es sólo para los del elefante, si tenemos en cuenta que algunos sondeos indican que podría ganar a Hillary Clinton, EE UU y el mundo entero podría sufrir las consecuencias de alguien así.
Al mismo tiempo que amenaza la pesadilla norteamericana, en Europa, donde la política vive uno de sus peores momentos de la historia, desprestigiada y erosionada, la semana pasada hemos visto como emergía un nuevo sueño, el del nuevo alcalde de Londres. El nuevo alcalde, que ya era diputado por una circunscripción del sureste de Londres, es hijo de inmigrantes paquistaníes que se crió en una vivienda de protección social junto a sus siete hermanos. Es de religión musulmana, pero está empeñado en ser «el alcalde de todos los londinenses», de hecho, su primer gesto ha sido elegir una catedral cristiana para tomar posesión de su nueva responsabilidad. El Sr. Sadiq Khan, así se llama, agradeció a los votantes el apoyo mostrado, pero sus primeras palabras fueron para su familia. Para su padre, un emigrante de origen pakistaní conductor de autobús durante 25 años y para su madre, que trabajaba como costurera en casa.
El Sr. Khan es un símbolo precioso de muchas cosas. En primer lugar, es un político que no tiene que aprender como viven los que peor lo hacen, él proviene de ahí y no solo lo sabe sino que es capaz de sentirlo. Los conservadores han fracasado en su campaña xenófoba y de confrontación entre comunidades, ahora reconocen su error y el riesgo social y político de lo que han hecho.
Pero, pese a la desafortunada campaña torie sobre su etnia y sus convicciones religiosas, el nuevo alcalde, también representa el mejor ataque que se puede dirigir hacia el integrismo islámico. El discurso movilizador entre los violentos y radicales sobre un Occidente que rechaza Oriente, sobre una Europa que impide el ascenso social de los inmigrantes y, por tanto, la identificación de los valores occidentales con el enemigo a batir, se desploma con la elección del alcalde laborista. También es un símbolo en un mundo que necesita saber que no hay techos de cristal y que el origen social de una persona no limita su desarrollo futuro ni hay cotos de poder vedados al establishment. El hijo de un conductor de autobuses venció al hijo de un multimillonario y eso es más que una victoria en unas elecciones, es un destello de igualdad en un mundo que se percibe con demasiadas diferencias.
Y, por último, también es una referencia al laborismo y a la socialdemocracia. El Sr. Khan ha enviado dos mensajes muy claros: «Primero, que el laborismo sólo gana cuando mira afuera. Y segundo, que nunca gobernaremos si no nos dirigimos a todos los votantes». Sólo quien cambia, pervive.
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