Ángela Vallvey
El tipo
Decía el doctor Marañón: «Desde luego nos adelantamos a decir que nuestro voto está de parte de la moda actual que propugna la delgadez. A pesar de todos los peligros, hacen más para la salud los que enflaquecen que los que engordan». No ha pasado tanto, sin embargo –en un país como España que ha sufrido una dura historia de hambre–, desde que la gordura fuera síntoma de bienestar. O sea: de tener forrado el riñón, con mantecas y con billetes. Pese a que Marañón creía que la longevidad se prodiga en razón inversa al peso, y que por cada kilo que se pierde se ganan dos años de vida, a pesar de que el buen doctor aseguraba que estar demasiado gordo es el síntoma más visible de llevar una vida incorrecta, aunque todos sabemos –o lo sospechamos– que echarle kilos encima al esqueleto no nos lleva más rápido a ningún sitio que no sea la tumba... no siempre es fácil mantener el tipo. Y lo peor de todo: estar a dieta pone a cualquiera de mala sombra. Si bien no existe otro secreto para adelgazar que dejar de comer. La pregunta es por qué comemos tanto. Y basura, por lo general. Da la sensación de que no hace mucho que nuestros antepasados comían muy poquitas veces al día, siempre frugalmente (qué remedio), y cuando tenían suerte de poder echarse algo a la tripa. La mayoría, además, no paraba quieta. Movía el cuerpo arriba y abajo intentando buscarse las habichuelas, con lo que hacía mil veces más ejercicio que San Vito con sus bailes y/o convulsiones neurológicas. El mundo moderno –es obvio– nos ha envilecido con sus grasas saturadas, congeladas y precocinadas, más un extra de azúcar coronando esa falta de grandeza que impide al común mortal mantener el tipo.
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