Alfonso Ussía
El tostón de lo correcto
La tiranía de la corrección política en el lenguaje ha alcanzado niveles de opresión insoportables. Quien se atreve a escribir o hablar con libertad es acusado con ferocidad de fascista, homófobo, machista o clasista. Cuando le preguntó un sagaz entrevistador a Luis Escobar si era «gay», el marqués de las Marismas del Guadalquivir, genial y desenvuelto, le respondió: «No, por Dios, eso es una vulgaridad. Yo soy marica de los de toda la vida». En una tertulia de «Protagonistas» dirigida por Luis Del Olmo, se organizó una porra para acertar el resultado de un Real Madrid-Atlético de Madrid que se disputaba el domingo siguiente. «Ganarán los wiquingos a los indios por dos goles a cero», osé aventurar. Una bondadosa y correcta periodista afeó mi lenguaje. «Has hablado como un racista»; «¿por la mención a los wiquingos o a los indios?». «Por el desprecio a los indios», insistió. «Pues oye bien, bonita. Los atléticos han sido los que se han autodenominado ‘‘indios’’. Por tres motivos. Acampan junto al río (el Manzanares), odian al blanco (el Real Madrid) y su Gran Jefe es ‘‘Caballo Loco’’ (Jesús Gil)». «Oh, en ese caso»... También, sin salir del fútbol y del Real Madrid un día me referí al futbolista Clarence Seedorf como «un gran jugador negro». Fernando Díaz-Plaja me corrigió: «Creo que es más adecuado referirse a un gran jugador subsahariano que a un gran jugador negro». «De acuerdo, Fernando. El problema es que este jugador negro nació en Amsterdam». Discutían con plena cortesía Pepe Oneto y José Antonio Gómez Marín. No se ponían de acuerdo. Al final, Pepe Oneto apuntó: «José Antonio, creo que en este asunto estás algo ciego». Inmediatamente llamó la madre de un invidente para protestar. El presidente boliviano-bolivariano fue determinante: «En Bolivia no hay homosexuales». Le faltó decir «aquí somos todos muy machos». Pero nadie le dijo machista, porque la vara de medir de las izquierdas, más que vara es una cuerda acomodaticia y flexible. Ha preguntado el académico Félix de Azúa a Pablo Iglesias si ha pedido perdón a los homosexuales iraníes, y se ha abierto el cielo de la indignación sobre su cabeza. Por su pregunta y por afirmar que Ada Colau debería estar sirviendo en un puesto de pescado, y si gobierna «Podemos» hay que huir de España. Podía haber elegido otra fórmula con Ada Colau, pero tampoco es para tanto. De haber afirmado que Ada Colau tendría que estar de vigilante en el zoo de Barcelona habrían arremetido igualmente contra Azúa, que simplemente ha dicho que es una incompetente.
A Rafaelito Neville, hijo de Edgar, y marica de los de toda la vida, le aplicaron durante el franquismo la ley de Vagos y Maleantes de la Segunda República. Le gustaban los hombres. No era boliviano. De haber sido iraní lo hubieran ahorcado en una plaza pública. Paseaba por Marbella cimbreando más de la cuenta sus caderas, cuando un albañil que encalaba una casa le gritó a su paso: «¡Adiós, maricón!»; y Rafael, rápido de ingenio, respondió a la despedida: «¡Adiós, arquitecto!». Hoy lo habrían maltratado por clasista y castigado por despreciar a la clase obrera. Su padre, el gran Edgar Neville, era el conde de Berlanga del Duero, escritor genial y cineasta cimero. También diplomático. Fue destinado a Tegucigalpa. Aceptó el nombramiento con un telegrama destinado al subsecretario de Exteriores: «Acepto la designación, pero ¿dónde coño queda eso?». Fue sancionado.
Bastante prisioneros somos de la vida, de un Estado fiscalmente policial, de una sociedad inculta y grosera, como para aceptar la prisión permanente de la corrección política en el lenguaje. Me siento mucho más cerca de Azúa que de sus histéricos detractores.
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