Ángela Vallvey
¿El trabajo os hará libres?
«Arbeit macht frei», el trabajo libera: el lema escrito en grandes letras metálicas en la puerta del campo de genocidio industrial de Auschwitz. Ahí continúa. Expresión de una seductora pero terrible mentira, una promesa expuesta como cebo con el que engañar a los desgraciados prisioneros, casi todos judíos, que fueron encerrados y sacrificados por sus verdugos, que los consideraban «subhumanos» («untermensch»), de menor categoría física, psíquica y moral.
Si nos dieran a elegir entre esclavitud y muerte, la mayoría elegiríamos la primera opción. Muchos infortunados cautivos de la maldad nazi, trabajaron en alguna medida con la esperanza de que la servidumbre en condiciones «subhumanas» a la que estaban sometidos fuese su única condena, esperando poder evitar la muerte, el hedor a muerte de Auschwitz. Supongo que los nazis se llevaron los campos de exterminio lejos de Alemania para que el tufo a carne humana quemada no molestara a la «raza superior». Pocos rehenes sobrevivieron al espanto. Las ideologías del odio dejan escapar a escasas víctimas. La voluntad del poder sólo existe para satisfacerse a sí misma. Redimir con trabajo una pena –por el «delito» de existir, en el caso de los judíos–, es un clásico principio del vasallaje criminal. La mayoría de los seres humanos vivimos, de un modo u otro, una existencia de sometimiento. Los tiranos, que siempre son minoría, exigen trabajo a sus oprimidos cuando éstos ya no tienen ninguna otra cosa que ofrecer. Cuando se lo han quitado todo, al esclavo no le queda más que su trabajo. El engaño del trabajo como redención era el principio de Auschwitz.
Allí, los sucios nazis cometieron más de un millón de asesinatos. Tantos que el olor de la sangre inocente derramada por aquellas bestias aún apesta al mundo. 70 años después de su rescate, la vergüenza sigue viva, para siempre.
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