Pedro Narváez

El traje nuevo del embajador

Al ver esta semana al embajador de EE UU a las puertas del solemne palacio de Santa Cruz pensé que reivindicaba como principio inalienable de su Constitución la sonrisa Profidén y la alfombra roja. Estrellas tiene su gran Nación para aprender cómo se debe posar ante las cámaras. Faltó hacer un «Pataky», que es ese gesto que hacen las actrices cuando se ponen de espaldas y giran la cabeza hacia adelante para demostrar que el rostro y el trasero son la misma cosa para un fotógrafo, un asunto sobre el que sería mejor preguntar a su compatriota Annie Leibovitz o, mejor, a la que fue su compañera Susan Sontang si su filosofía sobre el asunto –detener el tiempo– no descansara en el cementerio donde hoy los muertos bailan al ritmo de Lou Reed y pasean por el lado salvaje de la muerte. Aquel ensayo del 75 sigue vivo y ruge como un Chevrolet Corvette de aquella época. Estoy con los que creen que es una hipocresía escandalizarnos de que el país más poderoso del planeta escucha nuestras conversaciones privadas, pero más inquietante que la imagen siniestra que conservamos del imaginario de los espías, resulta que el responsable de dar explicaciones, lejos de adoptar el semblante grave de los asuntos de Estado, optara por la frivolidad «couché» en la que prima más el traje entallado y el pantalón pitillo un dedo por encima de los zapatos con hebilla. En los palacetes y hasta en las cloacas del Madrid «cool» llegan los ecos de las fiestas de Serrano, 45 donde las peticiones de la aristocracia se agolpan como a las puertas de Studio 54. El embajador y su pareja marcan estilo aunque en el relato que aquí nos trae la raya diplomática se tuerce y se hace renglón torcido. Los invitados a la «soirée» aplauden las innovaciones del representante de Obama, como en aquel cuento de Andersen «El traje nuevo del emperador» en el que el soberano atendía antes los caprichos de los modistas que la opinión del pueblo, pero alguien debe decir, tal que el final de la fábula, que el embajador va desnudo.