Rosetta Forner

El vacío

La Razón
La RazónLa Razón

Diana Quer desapareció hace 16 días. Sin rastro. El vacío. El silencio. La desesperación de no poder saber si está viva, muerta, herida, encadenada por su raptor. Un ser humano se desvanece en la nada, y los que quedan pasan por un duelo sin consuelo parecido al que acompaña al de un suicidio: muchas preguntas sin responder, el silencio que lacera el alma. Si bien cabe añadir que, a diferencia del suicidio, no hay certeza ni cuerpo que enterrar, ni lugar donde ir a llorar. Hace tiempo leí el libro «Desde mi cielo»: es tan fácil raptar a una joven, matarla y hacerla desaparecer; es tan grande la Tierra y tan hábiles los psicópatas asesinos. Aunque, la esperanza es lo último que se pierde –los humanos somos de natural optimistas y no queremos resignarnos a la desgracia–, la angustia es terrible. A ello se une el sentimiento de culpa que surge como «estrategia de supervivencia», algo así como un «clavo ardiente» al que agarrarse: «al menos, si me siento culpable, hay algo que me vincula a ella». Los padres, en el fondo de su corazón, suelen lamentarse de lo poco que conocían a su hija. Ante ese vacío que se abre, uno que las hipótesis no consiguen llenar de consuelo, la culpa sirve de nexo de unión a la par que mantiene viva la llama de que esa persona regrese al hogar. La desaparición de alguien en una situación cotidiana tiene efectos devastadores en la psique de la familia: estaba de fiesta con los amigos, y nunca más se volvió a saber del hijo. Ojalá que esta historia tenga un final feliz. Ojalá Diana haya decidido desaparecer por voluntad propia. ¿Para castigar a sus padres? Quizá. Ojalá, reaparezca sana y salva el día menos pensado. Diana, donde quiera que estés, recuerda que el amor de tus padres es real y que el amor todo lo perdona y todo lo puede.