Manuel Coma

El zar de Siria

La Razón
La RazónLa Razón

Rusia ha estado metida en el conflicto sirio desde su comienzo, hace cuatros años y medio, inequívocamente del lado gubernamental, lo que la llevó a alinearse con Irán, principal soporte del régimen de Bachar al Asad. Ha suministrado armas –que pagaba Teherán–, apoyo diplomático en Naciones Unidas y asesoramiento militar. Muestra de la envergadura de la implicación son los 30.000 nacionales rusos presentes en el país desde el 2012. Putin le sacó las castañas del fuego a Washington cuando el dictador sirio hizo un uso demasiado visible y letal de armas químicas contra su población, cruzando lo que Barack Obama había proclamado como «línea roja», ayudándole así al presidente de Estados Unidos a decir diego donde antes había dicho digo. De paso, esto le sirvió a Rusia para apuntalar al protegido sirio, cuya desaparición política es la condición que los americanos han puesto para plantear cualquier solución negociada del conflicto, aunque dada la movilidad de las retráctiles «líneas rojas» de la Casa Blanca, el presidente ruso apuesta de nuevo por un retroceso de esa última.

De hecho, el incremento de su esfuerzo militar sobre el terreno ya le ha producido los primeros frutos. Kerry dice ahora que la posición americana es flexible respecto al supuesto abandono de Asad de la escena política. Además, el enfurruñamiento de Obama con Putin, que viene de Ucrania y que inicialmente se agravó con la actual jugada del ruso en Siria, ha dado rápidamente paso a una nueva disposición a entrevistarse. Netanyahu, sin perder el tiempo en hacer ascos, le ha ganado por la mano. Amén de su obvio interés por todo lo sirio, ahora le preocupa que armas avanzadas que le suministren al régimen puedan caer en manos de rebeldes dispuestos a atacar a Israel.

Mientras tanto no cesan las especulaciones sobre los motivos de Putin para hacer obras en el aeropuerto de Latakia, en el meollo del bastión alauita del régimen de los Asad, enviar aviones, tanques y otras armas ofensivas. Todo ello cuesta dinero, algo de lo que cada vez anda menos sobrado. Las sanciones por Ucrania han hecho pupa a la economía rusa y mucho más los bajos precios del gas y el petróleo, amén de un agotamiento del poco eficiente y dinámico «modelo» económico putinista, basado en exportación de materias primas –excepto armamento–y carcomido por la corrupción. Su popularidad interior sigue siendo altísima y la base es su política ucraniana, pero los rusos no quieren pagar el precio de la vida de jóvenes soldados y Moscú utiliza los más drásticos métodos para ocultar a sus ciudadanos las víctimas que allí se producen.

Respecto a Siria, los rusos pueden sentirse complacidos de que su presidente toree a los americanos, pero estarán todavía menos dispuestos a pagar el precio en rublos y en vidas. Sin embargo Putin, a quien le gusta jugar fuerte, se arriesga y sigue con su política de muchos años. Siria es su única baza en el Oriente Medio árabe y no está dispuesto a perderla. Depende del mantenimiento del régimen de Damasco, que últimamente se ha visto contra las cuerdas. Dice que su prioridad es luchar contra el Estado Islámico y se ofrece como el aliado ideal de Occidente en este empeño. Putin quiere ocupar un lugar destacado en cualquier mesa de negociaciones y romper el aislamiento que los manejos en Ucrania le han procurado. Y parece que lo va a conseguir.