Elecciones generales
Elecciones bis
En las semanas previas al 20-D los esfuerzos de los socialistas fueron dirigidos a ser la segunda fuerza política del país y a evitar el «sorpasso» de cualquiera de los partidos emergentes, como indicaban algunos sondeos.
La victoria del PP se dio por sentada tiempo antes de las votaciones y cuando el recuento situó al PSOE como el primer partido de la oposición y, por ende, de la izquierda, la dirección socialista lo interpretó como un «éxito sin precedentes» e incluso un resultado «histórico».
De esta manera, el peor resultado de la historia moderna del PSOE se reivindicó como una oportunidad de gobierno. Se rompía así con la norma no escrita de que forma gobierno el más votado. La repetición de elecciones era el escenario seguro desde el minuto cero, al menos para la mayoría de observadores, pero una ilusión óptica envuelta en una burbuja de supervivencia atrajo los focos y el protagonismo político. Aunque algunos intenten mostrarlo como el final menos feliz de todos los posibles, la realidad es que no había otro final posible.
La única posibilidad de formar gobierno era un acuerdo con los independentistas, algo absolutamente vetado por el Partido Socialista a su dirección, o un acuerdo con el Partido Popular, posibilidad igualmente prohibida. Ya lo dijo Rafael Guerra, «Guerrita», la figura del toreo y del ingenio: «Lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible». Aunque dicen que antes que el mítico torero la pronunció el político francés Talleyrand, quizá por eso no debería dejar de estar como título de libro de cabecera de cualquier dirigente político.
Sin embargo, han ocurrido muchas cosas por el camino. Por ejemplo, ha sido la primera vez que un candidato a la Presidencia de Gobierno ha sido rechazado por la Cámara en un proceso de investidura y también fue inédita la votación a modo asambleario podemita del acuerdo con Ciudadanos, cuestión que supone un debilitamiento de la democracia representativa, tan defendida por el republicanismo.
Quien ha estado protegido en su atalaya ha sido quien tenía más probabilidades y razones para erosionarse. El presidente del Gobierno ha jugado a mimetizarse con el paisaje y pasar desapercibido en medio de una de las crisis políticas más importantes de la historia del PP y acosado por los presuntos casos de corrupción. La estrategia de sobreexposición socialista ha sido el escudo protector del Sr. Rajoy.
Sólo queda por ver las consecuencias de lo hecho durante estos cuatro meses. La primera es que el Partido Socialista repetirá candidato con toda probabilidad, nadie sensato optaría a la candidatura en el momento de mayor debilidad electoral y enfrentado con un secretario general. Este tipo de bicefalias no suelen salir bien y a los socialistas nos basta con la experiencia Almunia-Borrell. En segundo lugar, el espejismo de la posibilidad de formar gobierno ha servido también para pasar de puntillas a la hora de analizar el dramático resultado del 20-D. Y, por último, toda esta puesta en escena endulza y adereza la justificación de las elecciones bis.
Pero la consecuencia más importante está aún por ser revelada: el nuevo resultado. La Sra. Carolina Bescansa, cuyos estudios demoscópicos son conocidos en el Partido Socialista desde hace tiempo, ha iniciado una frenética campaña anunciando a todo el que la quiera escuchar la victoria podemita sobre el PSOE. Resulta curioso que antes de las elecciones siempre se oiga a los miembros de la formación morada hacer comparaciones midiéndose con los socialistas, con elucubraciones sobre el resultado electoral, pero que nunca lo hagan con el Partido Popular.
En el PSOE nadie quiere otro resultado tan «histórico» como el de diciembre. Por eso, nuevamente, entre todos, cargaremos con el peso de los aciertos y errores de la dirección para intentar obtener el mejor resultado posible. Claro que el ataque soterrado hacia ex ministros escépticos del presidente Jose Luis Rodríguez Zapatero no ayuda.
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