Rosetta Forner

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La Razón
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Algunas de las causas de que la violencia, el maltrato, el «mobbing»... vayan en aumento son: haber renegado de los valores tradicionales; la inmadurez psicoemocional de los padres y otros adultos; los mass media ofrecen un muestrario de relaciones disfuncionales y las normalizan; la frustración por no tener una «vida de película» se paga con el «eslabón débil de la cadena». Asimismo, lo que muchas chicas jóvenes saben de amor lo han aprendido en la letra de una canción, o en películas que presentan celos, manipulación y machismo como «pruebas de amor»: que un chico controle el móvil de su pareja, le diga cómo vestir, la aísle de su grupo de amigas o de su familia, use motes «cariñosos» para llamarla en vez de su nombre, no es amor, es codependencia (ver libro «La reina que dio calabazas al caballero de la armadura oxidada»).

El amor no duele, ni humilla, ni manipula, ni somete. El amor enaltece y nos anima a ser lo mejor de nosotros mismos. Actualmente, muchos jóvenes son hijos de hogares desestructurados, matrimonios rotos que se siguen odiando y culpando aún después de separados.

Quien no sabe manejar sus emociones como padre no puede educar a sus hijos en inteligencia emocional –a respetarse y hacerse respetar, valorarse, poner límites, vivir acorde a sus valores y principios–. Si a esto añadimos, que ellos y ellas, al separarse, empiezan a comportarse como adolescentes sin obligaciones familiares (la búsqueda de una nueva pareja es más importante que el cuidado de los hijos), el desastre está servido.

Los hombres han de interiorizar que la masculinidad no es sinónimo de «controlar a la pareja» ni de superioridad sobre la mujer. Y, ésta, debe elegirse, y convencerse de que ella, y no el «tener pareja», es lo más importante de su vida: «Mujer, ponte la corona y no te la quites jamás para parecer menos alta que tu pareja».