Copa del Rey

Alfonso Ussía

¡Ella! ¡Dios nos ampare!

La Razón
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No seguí con interés la Final del Campeonato de España de Fútbol, que así se llama la Copa del Rey. Intuía la victoria del «Barça», y aprovechando que venían a cenar a mi casa algunos de mis cuñados, me afané en prepararles un aperitivo de cinco estrellas. No sé cocinar ni una tortilla francesa. Pero dudo mucho que alguien mejore mis canapés de huevo duro coronados de anchoa de Santoña y con lágrima de mayonesa, que en realidad es mahonesa, de Mahón, Menorca. Se preparan con un artefacto de alta tecnología redondeles de pan «Bimbo» o similar. Así, redondos, quedan más apetecibles. Previamente, y en un cacharro adecuado para proceder a crear la obra de arte, tenía dispuesta y a mi entera disposición una docena de huevos duros, cocidos.

Con un cuchillo, y desechando los polos de cada huevo, se cortan cuidadosamente los huevos duros en cinco porciones, depositando posteriormente cada porción sobre un redondelito de pan. Seguidamente viene la parte más arriesgada de la preparación. La apertura, mediante «abre fácil», de las latas de anchoa de Santoña. Si no ha existido corte de dedo con caudalosa hemorragia de por medio, se abre la lata, se deja caer el aceite, y con un palillo, se sacan del receptáculo latero una a una las anchoas para ser depositadas sobre el huevo duro que descansa en su lecho de pan de molde. Procúrese dar forma de concha de caracol a cada anchoa, con el fin de ensalzar la estética del supremo manjar. Colocadas todas las anchoas, tómase un frasco de mahonesa con fecha de caducidad en vigencia, y con una pequeña cuchara, mejor cucharilla, se van extrayendo del frasco medidas cantidades de mahonesa destinadas a cubrir, muy levemente, como una lágrima, cada anchoa. Y nos encontramos ante el gran milagro. Se distribuyen los redondeles en tres bandejas y el resultado es fabuloso. Se trata de mi única habilidad gastronómica. Cuando finalicé la preparación del aperitivo daba comienzo el segundo tiempo del partido.

En una hora, ni el «Barça» ni el Sevilla habían logrado marcar un gol, y en menos de cinco minutos, mis redondelitos de huevo duro con anchoas de Santoña y lágrima de mahonesa, habían desaparecido por completo. Me disponía a descansar después de la tensión que toda realización culinaria procura, cuando dio comienzo la prórroga. Y ahí se produjo el estupor. No porque el Barcelona le metiera un gol al Sevilla, que merecía el inconveniente por no haber sabido aprovechar que el Barcelona, al fin, jugaba con un futbolista menos. No. El susto fue otro. Las cámaras se detuvieron en el sector culé del Palco Real, captando la euforia del gol. La cara de Ada Colau no entraba del todo en un primer plano, y se abrió el objetivo para obtener mayor perspectiva. Se felicitaban los tres ilustres mandatarios catalanes. Ada Colau, el presidente del F.C. Barcelona Josep Bartomeu, y el presidente de la Generalidad de Cataluña, Carles Puch-damón. Fue ahí. Una mano muy efusiva procedente de la segunda fila del palco buscó con frenesí su contacto con la mano del presidente del «Barça», que no tuvo más remedio que corresponder al saludo. Y la mano era la de ella. Era ella. ¡Ella, Dios nos ampare! ¡Ella, Virgen de Atocha!

Feliz, sonriente, expresiva, con su encanto personal intacto, iluminó la escena. ¡Ella! ¡Alicia Sánchez Camacho, a la que uno creía desaparecida en combate, de vuelta a la pasarela política! Pocas personas han sido capaces de perder al setenta por ciento de sus votantes en apenas tres años. ¡Y estaba ahí!, en el meollo de las personalidades políticas e institucionales.

Pero hay que alabar su discreción y su sentido de la medida. No recogió la Copa de manos del Rey.

¡Ella!