Alfonso Ussía

«En algo hemos fallado»

La Razón
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El presidente de la empresa ha recibido el informe. Las ventas han experimentado un descenso del 35%. Por lógica, la empresa va de capa caída. Convoca una reunión urgente con los consejeros y directores. Se analizan los motivos del fracaso, y se prescinde inmediatamente de los responsables del desastre. La empresa con más número de consumidores en España ha perdido el 35% de sus clientes. Inmediatamente después de revocar los poderes de los altos directivos, el presidente informa al Consejo de Administración que, por coherencia y consecuencia, dimite de su cargo.

Dimite por no haber sabido presidir la empresa. Por haber permitido que una empresa nueva le haya arrebatado la clientela. Por no actuar contra los consejeros y directores que se han llevado a sus casas hasta las bombillas del salón de reuniones.

Por haber prescindido con injusticia de los que hicieron grande a la empresa, sustituyéndolos por mediocres manejables. Por confiar en un caro asesor ajeno a la sociedad toda la estrategia empresarial, estrategia que ha constituído una catástrofe. Dimite por incumplir lo que prometió en la Junta General de Accionistas. Se trata de un presidente bien intencionado pero malogrado por sus propios errores.

Lo que no se hace, después de perder el 35% de la clientela es reconocer «que quizá se ha cometido algún error» y mantenerse en el sillón presidencial. Y menos aún, sin haber convocado a la Junta General de Accionistas, al Consejo de Administración y al conjunto de los directores para analizar los motivos de su monumental fracaso, que afecta, no sólo a los responsables de la empresa, sino a millones de clientes que no entienden las causas del desmoronamiento de la empresa. Clientes tan leales, que a pesar de todo, en un 65% se mantienen fieles. Lo que no se hace es perseverar con el mismo equipo destructor amparado en la soberbia que impide el reconocimiento público y privado de una gestión desastrosa. Lo que no se hace es intentar convertir una victoria derrotada en un aparente triunfo empresarial. Cuando el presidente de una empresa que pierde el 35% de sus valores insiste en seguir representado la mayoría absoluta del mercado, alguien en su empresa le tiene que recordar que no es nada conveniente seguir engañándose, y que lo mejor para la empresa, para los accionistas, para los clientes y para el mercado en general, sería su voluntaria despedida.

«Es posible que no estuviéramos acertados con nuestra actitud en los casos de la corrupción». «Quizá hemos fallado en la comunicación». «Las ambiciones personales no pueden ser el obstáculo que impida alcanzar los acuerdos para el bien común». Y lo dice quien se ha negado a pasar a un segundo plano y no se ha apercibido de que los acuerdos no son factibles porque su persona es el obstáculo principal.

La empresa, todavía poderosa pero en trance de seguir perdiendo clientes, tiene que convocar una reunión urgente en la que, con cruda y tajante severidad, se analicen los motivos que le han llevado a perder tan alto porcentaje de confianzas. Son ellos, los consejeros, los que están obligados a reconocer sus fallos y dar paso –no todos–, a quienes, al menos y hasta ahora, están limpios de culpa. Son ellos, a pesar de la incomodidad que les aguarda, los comprometidos a renunciar por su mala gestión y convencer al presidente de que la mayor parte de la culpa la tiene él. No se puede perder el 35% de la clientela y que nadie reclame en la empresa un análisis serio de las causas y motivos del fracaso. Esa empresa, cuyos verdaderos dueños representan a una mayoría de la sociedad, ayer mayoría absoluta, no puede mantener a un grupo directivo que después de haber derrochado el 35% de su valor, aún no se ha reunido con seriedad, y su autocrítica más feroz se resume en un «quizá hemos fallado en algo».

Así no se salva la empresa.