Historia

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En Bizancio

La Razón
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En las televisoras doctas señoras interpretan la expresión corporal y la gestualidad de famosos retroalimentados, entretenimiento para ociosos que no debe trasladarse a la política. Estaremos ayunos de duelos y quebrantos cuando se debate con pasión sobre la apertura legislativa la antropología manierista de diputados radicales, la exposición de la tricolor, o la sudadera del saltafincas Cañamero, que nunca atropella la suya. Publicidad gratuita y tontorrona usada por los desgarramantas para ponerse bajo el foco y perorar sobre la legitimidad monárquica. La I República advino por el voto de 258 diputados, y en doscientos días no logró una Constitución y sí añadir a la guerra de Cuba otra carlistada y la sofocación de los cantones. Gran legitimidad. La II la pare una elección municipal ganada por los republicanos en los burgos y por los monárquicos en el agro. El arrogante Miguel Maura pidió paso ante Gobernación, en Sol, y se le cuadró la Guardia Civil mientras le seguía lloroso don Manuel Azaña, que era medroso: «Nos van a matar a todos...». Aunque los analfabetos con una licenciatura (como decía Indalecio Prieto de Salvador de Madariaga, «se puede ser tonto en cinco idiomas») no lo estimen así ningún régimen suma legitimidad de ejercicio si no evita una guerra civil aunque la provoquen otros. Los jabalíes del Congreso acabarán trayendo a colación la monarquía electiva, como la vaticana o de los Emiratos, mirando al ancestro de los reyes godos, cuya sucesión se basaba en el magnicidio. El vídeo de Adolfo Suárez admitiendo que sus encuestas daban paridad al republicanismo y el monarquismo y que por ello metió con calzador la Monarquía en la Constitución es un buñuelo de viento sin viento. Suárez tendría abierta la herida de su distanciamiento con el Rey, o preludiaba su acceso al territorio de las nieblas perpetuas, porque en vida de Franco, Juan Carlos tenía diseñada la democracia con Fernández Miranda y el propio Suárez como servomandos. Y desde el minuto uno los ponentes constitucionales, incluidos socialistas y comunistas, asumieron la monarquía constitucional en un texto votado por el 90% de los españoles. En la Transición el único republicano, confeso y mártir, fue García Trevijano. La sociedad de entonces, que no conocieron ni han estudiado los pendejos de hoy, tenía fundados miedos y la III inspiraba temor hasta en el proletariado. Por lo demás, sigamos debatiendo bizantinamente cuántos ángeles caben en la punta de un alfiler.