Julián Cabrera
Ensoñaciones de «Braveheart»
El pasado día 11 el equipo escocés más emblemático, el Celtic de Glasgow, se enfrentaba en la Champions al FC Barcelona. Un choque desigual en lo deportivo que no estaba exento de una solo pretendida carga de concomitancia sentimental. Los tres mil aficionados británicos que accedían a las instalaciones del Camp Nou escuchaban, con cara entre despistada y de quienes venían de beberse toda la cerveza de las ramblas, los gritos de «visca Escocia, visca Cataluña» a cargo de unas decenas, quizás centenares de aficionados culés portando señeras. Ni una reacción. La anécdota viene a poner en su sitio a algún torticero intento de equiparar los casos catalán y escocés, por eso no estaría de más recordar alguna sensible diferencia. Por ejemplo, que nadie desde el Gobierno pro independentista de Alex Salmond ha caído en la tentación de fomentar entre la sociedad el «Inglaterra nos roba». Que no hay ni una sola coincidencia histórica, por mucho que se empeñe el nuevo templo de la memoria del Born en retratar mártires y holocaustos. Que el discurso de Salmond es el mismo en Londres y en Edimburgo. O que en Escocia se asume una eventual salida de la Unión Europea si hay independencia, mientras que en Cataluña el soberanismo embauca con un «veremos».
Pero hay una diferencia especialmente evidente: en Cataluña se anuncia una consulta con preguntas con más trampa que las del «EGM», pero sobre todo ilegal y claramente tacticista, mientras en el caso británico con la legalidad por delante se plantea un cristalino: ¿debería ser Escocia un país independiente, sí o no? Eso es todo. Artur Mas ha condenado a sus ciudadanos a un nuevo año de tensión e incertidumbre. Ni es el «Braveheart» catalán ni se acerca siquiera a la decencia política de Alex Salmond.
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