Alfonso Ussía
Entre Beruete y Lecumberri
Sucedió en la Navarra vascongada. Mal día eligieron los expresidiarios de la ETA y sus familiares para recordar sus andanzas asesinas en Beruete. Los niños no tienen culpa de nada y para ellos se trataba de una divertida excursión en autobús. Aquel mismo sábado, el último pasado, nos reunimos un grupo de amigos en Ávila, en una dehesa preciosa propiedad de un amigo común. Una dehesa sonora cuando el Adaja truena de aguas fuertes. Ávila me recibió con veinte centímetros de nieve y un sol radiante. El carril hacia la casa, con placas de hielo. Pero el sol arriba, que poco a poco dominó la situación. Un sol que no hizo el menor esfuerzo, muy al contrario, para lucir en Navarra, y en concreto, en la carretera que une a Beruete con Lecumberri. Los autobuses que llevaban a los exreclusos etarras de vuelta a sus casas con sus familiares, quedaron atrapados por la nieve. Un contratiempo desagradable cuando hay niños en la expedición.
El portavoz del grupo, alarmado por la situación, ya en la oscuridad de la agonía de la tarde, llamó al servicio de emergencias del Gobierno de Navarra, a través del número 112. Pero los servicios de emergencias actuaban en otros puntos de Navarra y lamentándolo mucho no pudieron atenderlos. Tampoco lo hizo, muy a su pesar, la Policía Foral. El motivo de la inacción policial se argumentó como un choque de competencias. Una disculpa que no convenció a los atrapados por la nieve. Que la carretera que une Beruete con Lecumberri corresponde a la Guardia Civil, y sólo la Guardia Civil podía ayudarlos. Los niños, ateridos de frío, y los exreclusos etarras asustados, reunidos en uno de los autobuses alcanzaron rápidamente un acuerdo. Hay que pedir auxilio a la Guardia Civil. Extraña situación.
Entre los casi mil asesinados por la ETA hay 206 guardias civiles, a los que hay que añadir mujeres e hijos de agentes de la Benemérita. Niños como los que temblaban de frío en los autobuses fueron despedazados por las bombas terroristas. Pero la Guardia Civil está al servicio de todos, incluyendo en la totalidad a los que asesinaron a sus compañeros, sus mujeres y sus niños. «Vengan a ayudarnos, por favor, estamos desesperados y no sabemos qué hacer». La Guardia Civil respondió: «No se preocupen. Vamos en su ayuda».
Una sensación térmica de seis grados bajo cero. Oscuridad total. Cuando llegaron los agentes se encontraron con niños dispersos fuera de los autobuses. Reunieron a todos. Suministraron a los viajeros agua y frutos secos para mantenerse. Reagruparon a los niños en un autobús. Y pidieron más auxilios. De Pamplona llegaron dos nuevos autobuses. Fueron trasladados los exreclusos de la ETA a los vehículos recién llegados. Y escoltados y dirigidos por un coche de la Agrupación de Tráfico, alcanzaron la localidad de Lecumberri, y de ahí siguieron camino hacia Pamplona. En la capital de Navarra termina esta historia, que no forma parte de la imaginación sino de la más diáfana realidad. Lo cierto es que la historia terminó con un saludo. Cumplido su deber, los guardias civiles se cuadraron y saludaron militarmente a los rescatados de la nieve, los mismos que años atrás, quizá asesinaron a un compañero, y con toda seguridad, celebraron con vítores y chacolí la noticia de sus asesinatos.
No me extrañaría que los niños rescatados por los guardias civiles, que han crecido con el veneno del desprecio hacia los uniformados de verde, y que se refieren a ellos con la despectiva voz de «txakurras» –perros–, tengan a partir del sábado otra opinión de los guardias civiles. Los niños no olvidan, y son más agradecidos que los mayores. Para un guardia civil, un ciudadano en peligro, aunque haya sido un terrorista de la ETA, siempre tendrá su ayuda, su trabajo, su cumplimiento del deber y su auxilio desinteresado.
El que no lo entienda así, es un malnacido. Honor y gloria a la Guardia Civil.
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