Martín Prieto

Entre paréntesis

Napoleón recomendaba a su valet: «Vísteme despacio que tengo prisa». Pedro Sánchez se ha puesto a trabajar a tiempo completo antes de ser formalmente investido como primer secretario de los socialistas. Corren los relojes, pero no tanto. En lo privado, y especialmente en la vida pública, es cortesía dar al neófito cien días de gracia para pisar charcos y cometer los primeros e inevitables errores, y con Sánchez es obligada la misma clemencia, máxime cuando desde el centro y la derecha se espera de él un catálogo de sentido común para un PSOE en Urgencias. Agradeciendo su elección derramó las frases hechas para el caso y sólo sonó ríspido en dos ocasiones: cuando afirmó que el partido estaría tan a la izquierda como sus militantes (¿los que han pasado a «Podemos»? y cuando en su única cita internacional recurrió al pañuelo palestino para solidarizarse con Gaza, en crudo, sin contextualizar el islamista terrorismo creciente en Cercano Oriente del que no es responsable Israel aunque mate moscas a cañonazos. Ordenando a sus eurodiputados votar contra el conservador Jean-Claude Juncker, rompiendo compromisos adquiridos y calificando al luxemburgués de padre del austericidio. Hasta su jefa de filas en Bruselas, Elena Valenciano, hubo de ponerse enferma para abstener su voto y protosaurios como Blanco y Jaúregui dijeron algo más que «¡ejem!» Juncker no fue padre de Europa por edad, está a la izquierda de sus social-cristianos y sólo patrocina austeridad para los dilapidadores. El día que Sánchez conozca a Juncker se harán amigos aunque no correligionarios. Hay que tener agenda. Sánchez es hombre nimbado por la suerte porque en este país cainita carece de enemigos (salvo los inevitables de su partido) y sólo tiene adversarios deseosos de que fortalezca el centro-izquierda español. Pero ha de ser consciente que se encuentra entre paréntesis, que sería catastrófico resultar un líder provisional y que no puede improvisar ni para levantarse de la cama.