Cristina López Schlichting
Envejecer
Me encanta envejecer, me divierte. Es sorprendente ir descubriendo el lado oculto de las cosas. También soltar lastre: jamás imaginé que la ira pudiese ser un recuerdo en mi memoria. O que llegase a tener algún indicio de prudencia. Hay quien oculta su edad e incluso la disfraza, pero quienes hemos vivido una juventud confusa o dolorosa nos alegramos de dejarla atrás. A nadie le gusta la decadencia física, naturalmente, pero la vejez trae consigo mucho más. Me dan envidia los gitanos o las gentes de la India, Oriente Medio o Sudamérica, que admiran y observan a sus ancianos. Creo que hay un signo que denota que has empezado este camino tan interesante y no es el dolor lumbar ni las arrugas. Es la perplejidad ante las nuevas generaciones. Acabo de entrevistar a un chico de 25 años que es empresario desde los 17. Ha desarrollado una aplicación de internet que soy incapaz de explicar aquí y tiene 60 empleados. Cuenta que dejó la escuela «porque no me interesaba» y que los jóvenes reniegan de los estudios «porque duran demasiado». Uno de mis hijos más inteligentes ha hecho lo mismo. Terminó el Bachillerato y se ha enclaustrado para desarrollar un videojuego de escenarios vertiginosos y bellos. -¿Lo vas a vender?, pregunto -No, se colgará en la red para libre uso, contesta. -¿Sin cobrar? -Exactamente, me dice mientras me mira con condescendencia. «Ahí empieza el negocio». No entiendo nada, así que no puedo repreguntar. Mi padre dice que él también dejó de entenderme a mí en determinado momento. Que una generación no puede comprender a la siguiente porque de otro modo no habría «salto generacional». Menos mal que me explica éstas y otras cosas. Por ejemplo, que mis hijos son de izquierdas porque van a ser de derechas (porque al parecer adoptar una determinada posición política o vital exige pasar antes por la contraria). Por alguna extraña razón los ancianos anticipan el futuro. Teniendo en cuenta que mi padre no llega a los 75 me imagino que, cuando tenga 90, tendré en casa un oráculo. Pero yo también he empezado a atisbar cosas. Por ejemplo, lo útil que es esperar, dejar pasar tiempo. O que uno no sabe apenas de casi nada. O que las personas se conocen por sus hechos, no por sus palabras. O que conviene contar hasta cinco antes de contestar. Sólo espero seguir envejeciendo para saber tanto como mi padre o incluso más. Qué aventura tan trepidante.
✕
Accede a tu cuenta para comentar