Irene Villa
Érase una vez
Cuando pensamos en nuestra infancia, además de recuerdos familiares, compañeros de colegio, los primeros contactos con la naturaleza, los campamentos... recordamos también nuestros dibujos animados preferidos y los programas de televisión que nos marcaron. Aprendizajes que nos dejó la serie «Érase una vez la vida», por ejemplo, acompañaron la comprensión de cómo funciona nuestro cuerpo. Por esto nos preocupa que un reciente estudio acerca de la programación televisiva denuncie que el 36% de la programación infantojuvenil emitida en la franja de especial protección incumpla la ley. Y es que debemos ahorrar a los menores las escenas de violencia, sexo implícito o fomento de actitudes poco educativas, que, según dicho estudio, aparecen en el 57 % del tiempo de la mencionada franja. Queremos que los programas que consuman nuestros hijos acompañen un correcto desarrollo físico, mental y moral. Y está comprobado que el ocio audiovisual llega a ser un factor más de la educación, luego como tal, debe impulsar el crecimiento de los jóvenes como ciudadanos de una sociedad que quieren mejorar. Cualquier escena de violencia puede desembocar en el tan denunciado y debatido acoso escolar. Cada vez son más las llamadas recibidas por el Teléfono del Menor: Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo (ANAR). Es una buena noticia al menos, tienen donde acudir. Pero creo que el principal refugio tienen que encontrarlo en la familia. Son los padres quienes deben alimentar la autoestima y la seguridad de los hijos con su cariño y su comprensión. Pero no podemos negar que la televisión infunde valores y hemos de cuidarla.
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