Alfonso Ussía
Es nuestra sangre
Están siendo detenidos sin garantía, caprichosamente, decenas de estudiantes y manifestantes antichavistas en Venezuela. Creo que yerro. El antichavismo desapareció cuando murió Chávez, del que no sabemos aún si ha sido enterrado o sigue dando vueltas por Venezuela. Consulto y me lo ratifican. Ha sido enterrado. No hay mal que por bien no venga. El antichavismo ha perdido su razón de ser. Los venezolanos que luchan todos los días y a todas horas para liberarse del yugo bolivariano de Maduro, no son antichavistas, sino adversarios y disidentes del estalinismo. Eso, la violencia legítima, la desaparición, la tortura, la eliminación de la voluntad mediante la aplicación del dogma y el terror imperante en las propias filas del opresor.
Stalin era más temido por sus afines que por sus adversarios. No he logrado comprender aún por qué los partidarios y herederos del mayor asesino de la historia de la humanidad – ganó con creces a Hitler–, son recibidos con tanta cordialidad y afecto en las tertulias de las cadenas de televisión del Sistema. Lo dijo Bassi días atrás. «El Gran Wyoming también es el Sistema». Pero se trata de un «showman» –Wyoming–, no de un analista político. En España, cuenta Maduro con algunos opinantes generosamente retribuidos mediante extrañas fundaciones. No hace mucho, la periodista Ana Pastor pretendió acogotar a la hija de Le Pen en una entrevista, y fue ella la acogotada. Con Pablo Iglesias, por ejemplo, que no ha desmentido la acusación de Alfonso Rojo de que cobra trescientos mil euros al año de Nicolás Maduro, Ana Pastor en lugar de preguntas le hubiera formulado besos. El estalinismo es inteligente. Acompleja del mismo modo que los separatismos. Hermann Tertsch no teme a su verdad, y ha opinado públicamente que Pablo Iglesias y Monedero, otro estalinista, nos llevarían a todos a la fosa común sin ningún problema. Pero ahí se mantienen, en el palmito, respetados, bien remunerados y plenamente aceptados. La cobardía de nuestros empresarios de la comunicación, que ponen el cesto para los huevos de todas las gallinas.
En Venezuela están asesinando, torturando, envileciendo, arruinando y coaccionando desde el poder del Estado a los disidentes del inefable conductor de camiones al que Chávez designó heredero. En España, los comentaristas cercanos o inmediatos a las izquierdas revanchistas, se fijan más en Ucrania. No les gusta dirigir la vista y la reflexión hacia Venezuela, esa nación inmensamente rica con las estanterías de sus supermercados vacías y con el papel de retrete condicionado a un cupo de abastecimiento. Pero eso no es lo más grave. El Gobierno de Venezuela derrocha el dinero en el exterior, subvenciona la quiebra cubana, distribuye sus migajas entre opinantes occidentales, y en sus cárceles, se hacinan miles de ciudadanos indefensos mientras sus calles se tiñen con la sangre de los estudiantes. Pero el estalinismo no se aflige, porque su fuerza viene de la negación de los hechos, del cinismo criminal de su historia.
Todos miramos hacia Ucrania, pero no podemos olvidar a Venezuela. Dar la espalda a los que piden las libertades y la decencia política en Venezuela, es en el fondo, el triunfo de un soborno indirecto. La sangre de un ser humano en una acera, en un jardín o en una mazmorra es siempre un dibujo siniestro y trágico que coleccionan los tiranos. Pero en el caso de Venezuela, esa sangre es aún más nuestra, y sin pretender establecer comparaciones, más cercana a nuestras lágrimas y sentimientos.
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