Alfonso Ussía

Ese tal

Cuando se ha vivido –y se vive diariamente–, una amistad tan profunda y sin grietas con un genio y un hombre bueno como lo fue y es Antonio Mingote, causa repelús dedicar un artículo a ese tal que publica sus dibujos en el «Punt Avui» que es el «Avui» con el «punt» delante. No me interesa nada. Es como intimar con Mozart o Beethoven y terminar haciendo la cola para asistir a una gala veraniega de Ramoncín. Un contrasentido. Mingote no era un viñetista, sino un editorialista del trazo. El «Picasso de los periódicos» según Francisco Umbral. En sus calendas más «progres», Umbral escribió que lo que más le gustaba del ABC eran la grapa y el dibujo de Antonio Mingote. «Querido Paco, muchas gracias en nombre de la grapa», le agradeció Antonio. Me avergüenza descender de las nubes de la genialidad pasmosa a las cloacas del odio local, de la vulgaridad de una aldea supuestamente sentimental y tan deleznablemente habitada. Me refiero a la aldea del nacionalismo, que no a Cataluña.

La pretensión de crear humor no sobrevuela todo ni a todos. La defensa recurre siempre al «animus jocandi». La viñeta de ese tal publicada por el ruinoso «Avui» la mañana siguiente del accidente de Santiago de Compostela es una síntesis de la perversidad humana, o mejor escrito, inhumana. Nadie en el resto de España ofendería con tanta simpleza intelectual a una tragedia en Cataluña. No tengo motivos para conocer la identidad del director del «Avui» con el «Punt» previo, pero intuyo que no puede ser una persona normal. No me refiero a la censura. Si el director de ese medio se divierte con las viñetas de ese tal, está en su derecho y en su deber de publicarlas. Lo preocupante es que le diviertan, y que después de reír a carcajadas sobre las tumbas de ochenta muertos, llegue a su casa, abrace a sus hijos, haga el amor con su mujer y le proponga posteriormente un crucero de vacaciones con toda la familia. Como no lo conozco, es posible que no tenga mujer ni hijos, pero esto no busca la descripción, sino la imagen. Alguien habrá por ahí a quien quiera y le corresponda, aunque también esa figuración me importe menos que poco, es decir, nada de nada.

No escribo el apellido del pobre y paleto forajido porque conozco a otras personas con el mismo patronímico y no merecen malas confusiones. Son gentes decentes, algunas de ellas sesgadas hacia el nacionalismo sentimental, pero absolutamente respetables. En el funeral de Estado de Santiago estaba Urkullu, pero a Mas le dio pereza volar hacia el Campo de las Estrellas, el núcleo religioso y cultural que principió la unidad de Europa. Todo lo que piensan, solicitan y resuelven resulta profundamente antipático. No obstante, ellos son las víctimas, los agraviados, los conquistados, los desfavorecidos. Esta mandanga permanente es quizá la que ha llevado a ese tal a dibujar y publicar su infame viñeta. La viñeta de su vileza y de su popularidad, porque muchos no se han resistido a felicitarlo, empezando por su director.

Porque esa viñeta insultante, odiosa y amoral no es sólo el dibujo y la gracia de un imbécil que en su soledad es capaz de idear semejante porquería. Es el resumen y la exposición de una degradación colectiva que ha devorado el sentido común, cívico, cultural y humano de una considerable proporción de ciudadanos en Cataluña. No se trata de criticar a un necio. El necio nada importa ni afecta ni influye. Pasan de ahí a preguntar si van a mandar los de «Madrit» los tanques. Fue siempre la ilusión de la ETA. Que el Ejército actuara, como hizo el británico en Irlanda del Norte. Pero con decenas de militares, guardias civiles, representantes del pueblo, buenas gentes de la calle y niños asesinados, «Madrit» combatió el terrorismo con las Fuerzas de Seguridad del Estado, y lo mismo hará con el separatismo violento que algunos sueñan. «Madrit» para el separatismo catalán es el resto de España, que nadie se confunda.

Pero el odio autosembrado ha florecido y está en el ambiente. De otra manera no sería concebible un dibujo como el que ese tal, regodeándose de sangre, ha publicado en un diario que vive gracias a las subvenciones.