Alfonso Ussía
Eso, la buena educación
Se aproximan las elecciones municipales, y en Madrid se preparan programas, promesas de cumplimiento asequible, promesas inalcanzables, auroras boreales y besos a los niños. Es decir, como en todas las campañas electorales. Madrid tiene un problema que habría de preocupar a todos los partidos políticos por igual como representantes de la ciudadanía. Es un problema joven que ha empeorado en los últimos años. La pésima educación de un número considerable de agentes de la Policía Municipal. No pretendo con esta opinión extender esa impresión a la totalidad de los policías municipales de la Capital del Reino. Los hay educadísimos y conscientes de que autoridad y cortesía no constituyen actitudes contradictorias. Pero de unos años hasta hoy, la educación en muchos agentes municipales brilla por su ausencia. No amonestan, regañan; no advierten, amenazan, y no sancionan, atropellan.
Considero más que recomendable que los futuros policías municipales de Madrid reciban unas lecciones básicas de buena educación. Ahí tienen el ejemplo cercano de la Guardia Civil. Pueden dejarle a cualquiera con los puntos del carné de conducir en trance de ruina total, pero jamás perdiendo la cortesía hacia el ciudadano sancionado. Lo mismo sucede con la Policía Nacional. En un altísimo porcentaje sus miembros cumplen con su deber sin perder jamás el respeto a quien se hace merecedor de su actuación disciplinaria. En las manifestaciones «pacíficas», son los policías nacionales los que se llevan todos los palos por temor a propinar uno más contundente a los manifestantes. Recuerdo el titular de un periódico, mediados los años ochenta: «Manifestación pacifista en Madrid. Veinticuatro policías nacionales heridos».
La grosería de un solo agente municipal contamina la imagen del resto de sus compañeros. Una advertencia pronunciada en tono áspero, displicente o chulesco, afecta a quienes cumplen con su deber con educación y deferencia. He percibido, en algunas ocasiones, el rubor de agentes municipales ante groserías de determinados compañeros. Recuerdo un control de pasaportes en Barajas, encomendado a la Policía Nacional. Se adelantó un turista americano. El Policía encargado de verificar y sellar el pasaporte abandonó su compartimento, insultó al turista, y lo llevó de mala manera hasta el último lugar de la cola. Cuando volvió, un superior lo arrestó y lo sustituyó por otro agente. Todos los viajeros que hacían cola aplaudieron el arresto del incontrolado. La primera imagen de una nación la ofrece la Policía de los aeropuertos. Y la imagen de una ciudad, la Policía Municipal, en su mayoría justos y correctos, pero estáticos cuando se trata de reparar una injusticia grosera.
En mi primer viaje a Londres, con ocho años,perdí la orientación. No dominaba el Metro, desconocía los trayectos del autobús, llovía a cántaros y no había un puñetero taxi libre. Pedí a un «Boby» que me indicara el camino hacia el hotel. No me lo indicó. Me acompañó y me depositó en la puerta del mismo. Era norteño, de Manchester, y partidario del United. Cuando le dije que mi equipo era el Real Madrid pasó de ser un «Boby» amable a un policía simpatiquísimo. Después he recurrido a ellos en algunas ocasiones y siempre se han comportado con una educación exquisita. Los «Bobys» son la imagen de Londres, y así les va de bien a los que viven allí.
Cien policías municipales ariscos y antipáticos son pocos. Pero parecen cinco mil. Y en este aspecto, Madrid no regala una buena imagen.
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