Lucas Haurie

Ésos que solían pensar

No se le pusieron los pelos de punta porque ya los tenía pero Carmen Calleja, fallecida en la víspera de Nochevieja, era impresionable como todas las personas buenas: «Ha vuelto a ganar la España azul, porque de azul íbamos vestidos ayer», le largué en directo en una tertulia televisada al día siguiente del triunfo de la Selección en el Mundial. Se relajó cuando el presentador le guiñó el ojo antes de criticar con tino el beso de Casillas a Sara Carbonero, una soez cursilada. Coincidimos en una decena de programas, tal vez en quince, los suficientes para que me ilustrase en los intermedios sobre su parecido con las mujeres-cuota, aproximadamente el que mantienen un helicóptero y una tostadora, y me diseccionase los males del PSOE actual. «Profesora, a su partido le pega más una autopsia que un diagnóstico». Como casi siempre, me dejó sin respuesta: «No te esfuerces, rubito, que no te sale el papel de ogro malo». Intelectual de sólida formación, cumplía con el primer mandamiento de quienes huyen del sectarismo, el buen humor, y se despelotó de risa cuando un malvado en sus antípodas ideológicas la definió durante un almuerzo como una socialdemócrata con la cabeza bien amueblada, antes de añadir «valga el oxímoron». ¿Cuántas chicas de la actual ejecutiva socialista conocen la palabra oxímoron, Calleja? «Más o menos el doble que los mocetones del PP, listo. ¿O acaso el doble de cero no es cero?» Evidentemente, y dado su horrendo vicio de pensar por cuenta propia, no tenía sitio en la política de hoy.