Cristina López Schlichting

España, tan marciana

La Razón
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En la catedral de Tours, siete hombres con metralletas hacen guardia durante los oficios. Es una decisión gubernamental tras el asesinato del sacerdote Jacques Hamel durante una misa en otra localidad francesa. Mi hermana Constanza, que acaba de regresar de allí, asistió el domingo a misa en medio de una gran perplejidad. Rezar entre fusiles no es habitual en Europa. El verano añade al placer de los propios viajes el relato de los ajenos. Si te rodea gente curiosa e inteligente, las veladas en una terraza, con una buena botella de vino, pueden ser un paseo imaginario por el mundo. Antes de visitar la tumba de San Martín, mi hermana inauguraba una exposición de pintura en Múnich, justo en las fechas en que un chico de origen iraní, al parecer acosado por sus compañeros de clase turcos, decidía vengarse matando a un montón de jóvenes en un McDonalds y en el centro comercial Olympia. Pueden imaginarse el cuerpo que se le ha quedado a la viajera. Aquella noche mis pequeñas sobrinas no quisieron ni sacar la basura: «Mamá, los asesinos están por las calles». Recordemos que la Policía había cortado el tráfico, aislado la ciudad y aconsejado a la gente permanecer en las casas. Se hablaba de dos o tres pistoleros sueltos. Poco antes y poco después se produjeron sendos atentados. Uno en un tren de Wurzburgo –un chico afgano con cuchillos–, otro con explosivos –un hombre sirio– en Ansbach. Los alemanes han empezado a experimentar la desconcertante certeza de que es posible morir asesinado mientras se hacen las compras, se utiliza el transporte público o se pasea. Algo en lo que los españoles estamos entrenados, gracias a la inmejorable aportación de ETA, que no le anda a la zaga a los yihadistas. Mi familia relata que hay sólo dos temas de conversación en Europa: refugiados y terrorismo. En Alemania crece el humanitarismo hacia la gente venida de Siria y otros países árabes, y a la vez la preocupación ante la dificultad de integrar al millón de personas nuevas y el auge de la ultraderecha. En Francia también se intenta distinguir entre la enorme colonia de musulmanes y los islamistas peligrosos. Pero cuál no sería la sorpresa cuando, al poner 13TV el lunes pasado, Constanza constató que en España la conversación es la posibilidad o no de que se celebren nuevas elecciones. «No es posible –me decía– de verdad que no es posible esto, con la que está cayendo en Europa». «Sí que lo es, querida, sí que lo es, bienvenida a tu patria, Spain is different». A estas alturas soy incapaz de determinar si hago bien riéndome de lo que pasa. Cuanto más hilarante me resulta la situación, más consciente soy de que es irresponsable tomárselo a choteo. Pero si me desespero y tomo la cosa a la «europea», percibo que no estoy a la altura de Sánchez o Rivera, que no tienen prisa alguna. Ya no sé si son ellos los marcianos o lo soy yo.