Cristina López Schlichting
Españoles enamorados
«Escupe ahí, escupe ahí que, si no, te mato». El objeto al que había que escupir era un crucifijo. El chico lo contempló y negó con la cabeza. Después miró al cielo, extendió los brazos en cruz y gritó: «¡Viva Cristo Rey!» Le pegaron dos tiros en la cabeza el 23 de julio de 1936. Era sacerdote y tenía 23 años. ¿Por qué Juan Huguet prefirió ser fusilado a escupir a un madero? Hoy 522 mártires, la mayoría españoles, son beatificados en Tarragona. Con éstos, el total de mártires de los años 30 asciende a 1.523. Ciento treinta y uno de ellos tenían 30 años o menos y no dejo de preguntarme de qué materia estaban hechos. Porque las razones del odio; me resultan familiares, pero no las de un amor tan extremo. Los españoles de uno y otro bando de la espantosa Guerra Civil hemos sido pródigos en odio, se nos da bien. En los dos lados se mató con saña y en ambos se aprovechó para dar el paseíllo al que caía mal, al rico, al que mantenía un conflicto de lindes o, simplemente, al que suscitaba envidia, que es lo que más nos gusta: dar matarile, físico o alegórico, al que nos da envidia. Todos hemos oído relatar cómo torearon a fulano o cómo arrojaron a mengano a un pozo. En la persecución religiosa también concurrieron semejantes talentos. Al obispo de Barbastro, Florentino Asensio, los milicianos lo pusieron en postura ginecológica, le cortaron los testículos y lo fusilaron. Andaban por las calles gritando «Mirad, cojones de obispo». He pensado mucho sobre el «odium fidei» y fue tan violento que supongo que nació en la Revolución Francesa, maduró siglo y pico y nos estalló encabalgado en las ideas totalitarias del siglo XX. Pero, insisto, lo que me llama la atención no es el odio, sino el amor de los mártires. Sor Martina era la mayor de un grupo de hijas de la Caridad. Tenía 68 años y pidió que sólo la matasen a ella y dejasen vivas al resto de las hermanas. Al frente del pelotón de fusilamiento reconoció a uno que, de niño, había recogido de la calle y criado en el convento. Después de pedir perdón a los presentes, por si los hubiese ofendido en alguna cosa, y antes de recibir el tiro, la monja se dirigió a él diciéndole: «Hijo, te perdono, porque no sabes lo que haces». La Iglesia no quiere revanchas ni condenas. Con el acto de hoy sólo se arrodilla ante el amor. Un amor que nos abraza a todos y nos da esperanza. Porque también eran españoles.
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