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La Razón
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La sra. Carmena se ha empeñado durante toda la campaña electoral en recalcar una y otra vez que no está al frente de un partido político, sino de un grupo de personas a las que une un interés común. En una semana sabemos que era verdad la mitad, la segunda parte no está tan clara, de ahí las dificultades para pactar con sus propios compañeros de candidatura el gobierno municipal.

En sí mismo es preocupante, porque gobernar la ciudad de Madrid, con más de 3.100.000 almas residiendo y recibiendo todos los días el tráfico de 1.000.000 de vehículos desde la periferia, no es desde luego para tomarlo a broma. Pero lo que me ha dejado perplejo es leer en los medios de comunicación las propuestas que va desgranando la sra. Carmena.

En la última propuesta, la de que sean las cooperativas de padres y madres las que limpien los colegios públicos, resulta descorazonadora la improvisación, más allá del contenido mismo de la propuesta.

Un liderazgo es cosa bien diferente a un cartel electoral. Los partidos políticos se afanan cuando llegan las elecciones en decidir qué candidatos electorales presentar como si de tratase de un producto de marketing. Da igual que el champú te deje el pelo grasiento o más seco que una estera, lo importante es que sea atractivo ante los consumidores y que lo compren. También da lo mismo si el uso del producto lleva a la determinación de no volver a comprarlo, porque el análisis siempre es cortoplacista.

Ésas son las consecuencias de improvisar carteles electorales, que cuando hay que gobernar se ven las carencias y las oquedades, que no hay nada detrás, que no hay proyecto político que valga.

Un proyecto político tampoco se puede improvisar. Se debe cincelar micra a micra, es el resultado de haber pisado hasta el último rincón de un territorio, de muchas conversaciones con los afectados de uno y otro problema, de muchos meses de reflexión y de años de construcción de un modelo ideal al que dirigirse desde el Gobierno cuando se alcanza.

Además, en política no vale con conocer, hay que sentir para que ese proyecto político se encarne en un rostro, que no es otra cosa que la expresión colectiva del trabajo de mucha gente. Entonces es cuando el líder encarna un proyecto político.

Miramos los nombres y apellidos de los cabezas de lista o su actividad profesional como si fuesen una garantía de ser un futuro buen gobernante. Efectivamente, yo dejo mi vida en manos de mi cardiólogo, creo que es un gran cardiólogo que controla eficazmente mi hipertensión y el estado de mi corazón, pero nunca dejaría los colegios, las residencias de mayores y todos los hospitales en sus manos, de hecho creo que sería un pésimo gobernante. Tampoco esto último significa que todos los cardiólogos estén invalidados para ejercer política.

Pero también son responsables algunos periodistas, porque ¿a nadie se le ocurrió preguntarle a Carmena por su proyecto para Madrid, por sus propuestas? Quizá lo único importante era que no era una «política», que era jueza, buena jueza dicen en muchos sitios, como mi cardiólogo, buen cardiólogo.

Se denosta a los partidos políticos, pero ojalá el gobierno municipal respondiese a uno que diese cohesión a la gestión y no a un multipacto de distintas visiones e intereses. Se denosta a los políticos, incluso los propios partidos lo hacen cuando buscan exitosos profesionales para dar brillo a la candidaturas, en ocasiones para liquidar a quien puede ser un obstáculo interno. Por cierto, estoy hablando de Monedero.

Los políticos tenemos la mayor responsabilidad en toda esta perversa concepción de la política, mucho tiempo de muchos errores requiere mucho tiempo de muchos aciertos para restañar la confianza y la credibilidad.

Lo primero que debería cambiar es la forma de hacer política. Es quizá el único espectro en el que el trabajo fundamental es destruir a la persona del adversario. En España se respetan mucho las ideas, nunca se rebaten; eso sí, se destruye a la persona hasta las últimas consecuencias.

En los medios de comunicación ya no puntúan la vigilancia y el control y fiscalización que en democracia debe ejercer la prensa. Lo que puntúa es el número de dimisiones que se consiguen.

Sólo espero que todas las ganas de cambio, siempre saludable en democracia, no se vayan por el desagüe en poco tiempo. Carmena llegó a la alcaldía de la capital de España porque no era política y porque nunca había gestionado dinero público, ¿y ahora qué?