Marta del Castillo

Eterno desconsuelo

La Razón
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Juan Ignacio Zoido era el jefe de la oposición municipal en Sevilla el día en que desapareció Marta del Castillo. Su labor de mosca cojonera de Sánchez Monteseirín se desarrollaba entonces con persistencia pero también con muchísima sensibilidad hacia los problemas de sus paisanos y por eso conectó enseguida con Antonio, el padre de la víctima. Media legislatura después, era investido alcalde gracias a una abrumadora mayoría absoluta y durante su mandato se celebró el juicio contra Miguel Carcaño, el asesino confeso, y sus presumibles cómplices. Un cuatrienio de buenas intenciones no sirvió de mucho porque el caso excedía de sobra las competencias del Ayuntamiento. Los deudos de la adolescente continuaban sin el consuelo de una tumba en la que depositar flores cuando un tripartito de izquierdas lo devolvió a su condición de concejal raso y todavía se aferran a cualquier teoría, por insensata que parezca, ahora que ha ascendido a ministro del Interior. Va a reanudarse la búsqueda de sus restos en un tramo aún inexplorado del Guadalquivir, se anuncia mientras desde las alcantarillas del Estado, que desaguan en su sede ministerial, alguien intenta enredar con un informe que tal vez se elaboró pero que, de haber existido, seguro que ha desaparecido. Y Zoido no tiene otro remedio que reconocer en público la degradación de algún cuerpo (de seguridad) en el que la mano derecha ignora qué hace la izquierda, vale, pero es que ni siquiera el cerebro sabe dónde tocan algunos tentáculos o qué conversaciones registran ilegítimamente ciertas orejas, a saber si con fines bastardos. Demasiadas complicaciones para quien anteayer sólo se preocupaba por ofrecer amparo a un padre destrozado. Hay nombramientos que parecen recetados por tu peor enemigo.