Ángela Vallvey

Éxito o fracaso

La Razón
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El próximo año será el centenario de la Revolución rusa. Parece que fue ayer, pero la historia corre que se las pela. Cuando se acerque la fecha, quizás el mundo hará balance de los frutos conseguidos por un movimiento que lo transformó.

El marxismo-leninismo estaba convencido de que el comunismo se implantaría en primer lugar en los países más desarrollados –lo que entonces significaba los más «industrializados», por ejemplo, el Reino Unido–, aunque durante el siglo XX sólo logró imponerse en los «menos» desarrollados, y siempre por la fuerza.

Pero la situación de depauperización de las clases medias es hoy tal que, si levantara la cabeza, Lenin se frotaría las manos satisfecho pensando que esto corrobora su predicción de que el capitalismo está condenado al colapso por culpa de sus tensiones internas y «guerras colonialistas entre potencias capitalistas rivales», lo que ahora se podría leer en clave metafórica haciendo un símil entre las antiguas guerras colonialistas y las actuales ofensivas de precios de materias primas, crisis bancarias, (in)competencias corporativas, saqueo institucional...

El siglo XX, además, defraudó al marxismo-leninismo por cuanto éste es una ideología supranacional que tuvo que asistir decepcionada ante el espectáculo de incontables movimientos nacionalistas, que conseguían la independencia de las metrópolis (verbigracia, la India). Los comunistas se acercaron a los nacionalismos locales, con quienes se aliaron, no como metodología general, sino como recurso práctico: consideraban a los nacionalismos un instrumento más de su carrera hacia el poder, pensando que una vez ocuparan «los palacios de invierno», arrollarían a dichos nacionalismos, junto con todo lo demás. Ahora, en el siglo XXI, el colonialismo ya no es un impedimento. No quedan nacionalidades que aspiren a la independencia de sus metrópolis. Los vestigios del colonialismo –desde 1492– están desapareciendo. El propio capitalismo, mediante su ayudante el nacionalismo, ha eliminado uno de los obstáculos del comunismo en su lucha incansable hacia el poder...

Los propósitos últimos del comunismo han subyugado, y continúan haciéndolo, a mucha gente bien intencionada: la idea de internacionalizar un proceso de camaradería, distribución justa de la riqueza y oposición a la tiranía es lo bastante atractiva como para cautivar a cualquier persona, no sólo utópica, sino corriente y sensata. Tan seductora es la imagen que, casi cien años después, apenas se nota un poco el rastro de totalitarismo y sangre que ha dejado el comunismo a su paso por el siglo XX. La mancha indeleble que ha grabado en la historia.