Cristina López Schlichting
Explicar Crimea
La península ibérica es tan cuadradita, queda tan definida por mares y cordilleras, que los españoles creemos que los países tienen una forma indeleble. Recuerdo las siluetas de plástico de la patria infantil del colegio: amarilla, blanca, verde... según fuese el mapa orográfico, fluvial o político. Los tres mares y los Pirineos enmarcan un espacio que apenas ha cambiado desde 1492. Viajar por Europa nos proporciona a los españoles la sorpresa de conocer regiones como Alsacia, Sarre, Silesia, Pomerania, los Sudetes, Transilvania, que han saltado mil veces de dueño y país y en los que se hablan dos, tres, cuatro idiomas. Polonia, Hungría, Alemania, Rumanía son conceptos políticos que han designado territorios muy cambiantes. La última guerra mundial movió todo el mapa europeo hacia la izquierda, convirtiendo en polacos amplios territorios alemanes o en rusos los polacos. En este «baile» hay zonas que son estratégicas por razones geográficas –como el estrecho de Gibraltar– independientemente de su nacionalidad. La hermosa península de Crimen es una de ellas, rodeada por el Mar Negro y el de Azov y marcando la frontera natural entre Europa Oriental y Asia Occidental. Los turcos y los zares se la disputaron siempre y allí se firmaron –en Yalta– parte de los acuerdos tras la II Gran Guerra, con las fotos del bigotudo Stalin, el gordo Churchill y Roosevelt en silla de ruedas. Crimea formó parte de la Unión Soviética desde entonces y lo que estamos viendo estos días no es sino la escenificación de la ancestral lucha de poder tras la caída del Muro: ¿Debe ser europea o asiática? ¿Ucraniana o rusa? A nosotros su nombre nos suena a princesa tártara y su gran puerto, Sebastopol, a lugar lejanísimo (como el chileno Antofagasta o la Conchinchina asiática), pero para Berlín y Moscú es tan importante Crimea como para España el Estrecho de Gibraltar. Los informativos nacionales llevan meses abriendo con la noticia de los disturbios en la zona. El valor «contable» de Crimea es la gran flota rusa. Y el del país al que por ahora pertenece –Ucrania– lo son las cañerías que llevan el gas ruso a Europa central, pero esas cosas son coyunturales. Es verdad que si Moscú cierra el grifo, en Berlín pasan frío mortal, pero la disputa es más profunda y estratégica. Y Putin –como antes Stalin o antes incluso los Romanov– no va a dejar que franceses o alemanes le quiten su derecho de pernada. Como la Merkel lo sabe, las sanciones sobre la invasión rusa de Crimen han sido leves. Todo el discurso sobre la libertad de Ucrania o su heroica revolución proeuropea es escuchado con flema e hipocresía en las cancillerías occidentales. Supongo que se llegará a un acuerdo. Porque guerra creo que no toca.
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