Tour de Francia

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Expulsión

La Razón
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Esos últimos 300 metros de esprint hasta la línea de meta, acumulan tanta gente en el empeño como la invasión del área en un saque de esquina. En ambos casos la colocación es providencial y las artimañas, un plus, si no te pilla el árbitro/juez. El ciclismo, que no el fútbol, añade además riesgo, que los corredores asumen, y velocidad, que los esprinters exhiben al alcanzar en la recta final, antes del golpe de riñón, entre 70 y 75 kms/hora. En las etapas soporíferas de cualquier carrera el despertador suena con la aparición de los lanzadores y las vallas. Es el momento de abrirse camino entre una nube de bicicletas y mostrar una agresividad que no se manifiesta ni en las rampas más empinadas de la montaña más más exigente.

El piscinazo balompédico es un ardid que el ciclismo no admite. Abdoujaparov, «El terror de Taskent», con unos cuádriceps más poderosos que los de Roberto Carlos, amilanaba con su forma de mover la bicicleta en el momento de la verdad. Nunca fue descalificado; jamás una maniobra suya fue interpretada por los jueces como un acto vandálico o antideportivo. Su aspecto feroz le valió el sobrenombre de «Mangiabambini» («Comeniños») en Italia, donde el rey indiscutible del esprint ha sido Cipollini. Alcanzar una posición ventajosa entraña riesgos, conquistarla al «estilo Sagan», codazo a Cavendish e incrustarlo en la valla cuando intenta adelantarle, es, además de una marranada, antirreglamentario. No le tembló el pulso al Tour cuando decidió expulsar de la carrera al velocista eslovaco. De su repugnante acción no le salvó ni el maillot arcoíris.