Lucas Haurie

Fábula y nacionalismo

En su merecido tránsito hacia la nada, el PA también ha viajado de la cleptomanía que lo caracterizó en su pingüe época de bisagra a la filosofía tomista que ahora abraza en su marginalidad. Llega con tres cuartos de milenio de retraso en su pretensión de reivindicar su vigencia ideológica mediante el hábil artificio metafísico del de Aquino: si consideramos a Dios como un ser perfecto, asumimos su existencia pues no cabe mayor imperfección que el «no ser». Han forzado la reintegración en el diccionario de la definición de andalucismo como nacionalismo andaluz, magra victoria conceptual en pleno siglo XXI. «Animal fabuloso que fingieron los antiguos poetas, de forma de caballo y con un cuerno recto en mitad de la frente». Eso pone el DRAE como primera acepción de la voz «unicornio» y hay quien espera ver matizada ahora la exigencia andalucista: «Idea fabulosa (de fabular) que fingió Rojas Marcos para llenarle los bolsillos a unos cuantos amigos...». Pura mitología es de hecho la sarta de invenciones agarradas por los pelos con las que Blas Infante construyó su «Ideal Andaluz», ese pastiche ridículo a mitad de camino entre la fisiocracia y el yihadismo. Si alguna vez tuvo el andalucismo un queseyó propio, hace décadas que el PSOE-A lo asumió como suyo colonizando el posible nicho electoral. Con la temprana identificación partido-Junta, lo que viene siendo un régimen, cualquier aspiración regionalista quedó desactivada. Ni el folklore les han dejado a estos pobres desde que el segundo estatuto institucionalizó (¡expropió!) el flamenco como seña de identidad por antonomasia. Es enternecedor que sigan empeñados en no disolverse.